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56).-"The Paper Chase" y los contratos.-a

Entendamoslo bien y, para eso, expulsemos de nuestra mente las imágenes conocidas. El [maestro] atontador no es el viejo maestro obtuso que llena la cabeza de sus alumnos de conocimientos indigestos, ni el ser maléfico que utiliza la doble verdad para garantizar su poder y el orden social. Al contrario, el maestro atontador es tanto más eficaz cuando es más sabio, más educado y más de buena fe. Cuanto más sabio es, más evidente le parece la distancia entre su saber y la ignorancia de los ignorantes. Cuanto más educado está, más evidente le parece la diferencia que existe entre tantear a ciegas y buscar con método, y más se preocupará en substituir con el espíritu a la letra, con la claridad de las explicaciones a la autoridad del libro. Ante todo, dirá, es necesario que el alumno comprenda, y por eso hay que explicarle cada vez mejor.
 Tal es la preocupación del pedagogo educado: ¿comprende el pequeño? No comprende. Yo encontraré nuevos modos para explicarle, más rigurosos en su principio, más atractivos en su forma. Y comprobaré que comprendió. Noble preocupación. Desgraciadamente, es justamente esa pequeña palabra, esa consigna de los educados —comprender— la que produce todo el mal. Es la que frena el movimiento de la razón, la que destruye su confianza en sí misma, la que expulsa de su propio camino rompiendo en dos el mundo de la inteligencia, instaurando la separación entre el animal que busca a ciegas y el jóven educado, entre el sentido común y la ciencia.”
—El maestro ignorante
Jacques Ranciere



FABIOLA DEL PILAR GONZÁLEZ HUENCHUÑIR


2007/10/05

“Yo no creo en la enseñanza del arte y tengo que reconocerlo. Ya sé que resulta muy duro y que algunos lo pueden tomar muy mal, pero ¿qué le puedo hacer?
—Escritos
Eduardo Chillida

Me acuerdo de uno de los programas de una serie de televisión que se llamaba “Paper Chase”. La serie trataba de la vida académica de unos estudiantes de derecho en una universidad. El programa se emitía en los años ochenta cuando todavía había cierta demanda para este tipo de seriados: se pensaba que la televisión podía ser algo más que historias de buenos y malos, y bellos y feos.

En el programa que recuerdo pasaba lo siguiente: Charles W. Kingsfield Jr., uno de los protagonistas de la serie, que era un profesor serio, viejo, competente y agudo —pero a quien su solemnidad no lo privaba de usar, en dosis homeopáticas, un fino sentido del humor—, les asignaba, dando un plazo de dos días, un dispendioso trabajo de investigación sobre el área de contratos a los alumnos de una clase. Los estudiantes debían hacer grupos y venir a la clase del día siguiente con un anteproyecto; el profesor revisaría la propuesta de cada grupo y si la investigación preliminar era consistente, los grupos podrían trabajar en una versión final que sería entregada en la próxima clase.

Al terminar la sesión, los alumnos salieron inmediatamente hacia la biblioteca de derecho pues para poder cubrir el área de estudio que el profesor había señalado les esperaba una larga noche de lectura. Al otro día, a la clase que iba a estar dedicada a revisar el anteproyecto de cada grupo, el profesor no asistió. Todos los estudiantes estaban perplejos. Charles W. Kingsfield Jr. nunca en su vida había faltado a una clase, ni siquiera cuando se estaba recuperando de una operación de apendicitis o el día después de que su esposa había dado a luz. Tampoco lo había detenido la Gran Tormenta de Nieve del año 76 o la huelga de profesores de la universidad: el profesor siempre había asistido cumplidamente a dictar sus clases. Llamaron a su oficina y la secretaria del profesor se alarmó; la secretaria llamó a su casa y el portero del edificio lo había visto salir, como era usual, a la misma hora de la mañana (inclusive la regularidad de Charles W. Kingsfield Jr. le había servido esta vez, como muchas otras veces, para notar que el reloj de la recepción seguía, a pesar de los arreglos, descuadrado). Ante la falta de un motivo que justificara la ausencia del profesor, la mayoría de los alumnos de la clase se sintieron decepcionados y hasta indignados: sentían que la noche de desvelo y que la premura en la escritura del anteproyecto habían sido en vano; muchos de los que no habían logrado hacer una investigación consistente se sintieron aliviados, ahora contaban con un día más para elaborar mejor sus planteamientos y de esa manera poder asumir en una mejor condición la batalla que siempre significaba sustentar una idea ante una mente tan inquisitiva como la Charles W. Kingsfield Jr. A medida que estas escenas se sucedían, en el programa se insertaban secuencias de Charles W. Kingsfield Jr. paseando, en un día soleado, por la ciudad: visitaba una biblioteca a la que no iba desde sus años de estudiante, se tomaba un café, recorría el barrio donde había pasado su infancia o se sentaba en un parque y hablaba con una madre que miraba como jugaba su hija; para él todo parecía estar dentro de lo normal, una leve sonrisa y una manera de caminar reposada así lo confirmaban.

Al otro día, antes de la clase, había ruido en el salón: los estudiantes estaban a la expectativa sobre el regreso del profesor y especulaban sobre las razones que daría para justificar su ausencia. La puerta lateral del salón de clase se abrió y Charles W. Kingsfield Jr. entró a la hora señalada y comenzó a dictar la lección que estaba programada para ese día. Su lección de cátedra fue interrumpida por un estudiante que le preguntó sobre si hoy se iba a reemplazar la asesoraría que estaba programada para el día anterior. Charles W. Kingsfield Jr. dijo, sin inmutarse, que no haría ninguna asesoría y que todos los grupos debían entregar el trabajo asignado al final de la clase. No bien termino de decir esto cuando se formó una gran discusión entre los alumnos, la mayoría protestaba ante lo que consideraban una inmensa injusticia, el profesor los miraba con la misma calma de siempre; los dejó hablar por un rato y luego pidió silencio para poder hacer una pregunta: “¿Qué grupo tiene el trabajo final listo para ser entregado?”. 
Todos se miraron perplejos ante la obstinación y terquedad que revelaba la pregunta y las protestas no se hicieron esperar, pero nuevamente se hizo un silencio pues alguien, entre los estudiantes, había alzado la mano para responder afirmativamente a la pregunta del profesor. Era James T. Hart, otro de los protagonistas del programa. A continuación, el profesor Charles W. Kingsfield Jr. le preguntó a James T. Hart por la razón que había motivado a su grupo para entregar el trabajo finalizado. James T. Hart respondió: “Entregamos el trabajo porque era un trabajo sobre contratos, y si bien el acuerdo especificaba que usted como profesor debía hacer una revisión para aprobar un anteproyecto, también era claro que la finalidad del acuerdo verbal hecho en clase era entregar hoy un trabajo finalizado. El hecho de que usted inclumpliera con su parte del contrato no nos justificaba a nosotros para hacer lo mismo. Un contrato es un acuerdo entre dos partes y cada parte debe hacer todo lo que esté a su alcance para cumplir con el objetivo señalado”.

“Señor Hart” dice Charles W. Kingsfield Jr. “¿piensa usted que yo he incumplido con mi parte del contrato?”. En ese momento la cámara se acerca a los labios de James T. Hart y antes de que pueda decir algo, el programa de televisión se acaba.



—Lucas Ospina


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Cómo pensar como un abogado

Los profesores de derecho y los abogados en ejercicio no pueden hablar de “pensar como un abogado” sin mencionar la película de 1973 “Vida de un estudiante”.[1] En una escena, el profesor Kingsfield le dice a sus estudiantes de primer año de derecho: “Ustedes han venido aquí con la cabeza llena de papilla y se irán pensando como un abogado”. Aunque a los profesores todavía les gusta decirles a sus alumnos que les enseñarán a pensar como un abogado, no es necesario asistir a la universidad para mejorar tu propia lógica y pensamiento crítico.

I Parte Detectar los problemas


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Evalúa un problema desde todos los ángulos. Para detectar todos los posibles problemas de una serie de hechos, los abogados analizan la situación desde distintas perspectivas. Ponerte en el lugar de los demás te permitirá comprender sus opiniones.
En los exámenes de derecho, los estudiantes aprenden a estructurar sus respuestas utilizando el acrónimo IRAC (por sus siglas en inglés) que responde a Issue (problema), Rule (regla), Analysis (análisis) y Conclusion (conclusión). La incapacidad de detectar todos los posibles problemas puede arruinar toda la respuesta.[2]
Por ejemplo, imagina que estás caminando por la calle y observas una escalera apoyada contra un edificio. Un trabajador en la parte superior de la misma se está estirando hacia la izquierda para poder limpiar una ventana. No hay otros trabajadores presentes y la parte inferior de la escalera sobresale a la acera donde las personas están transitando. Reconocer los problemas implica no solo observar la situación desde el punto de vista del trabajador y de la persona que camina por la calle, sino también del propietario del edificio, el empleador del trabajador y posiblemente incluso la ciudad donde se encuentre dicha instalación.

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Evita los enredos emocionales. Hay una razón por la que se dice que una persona puede “cegarse” por la ira o alguna otra emoción; los sentimientos no son racionales e impiden ver los hechos que podrían ser importantes para resolver un problema.
Es importante poder detectar los problemas correctamente para determinar los hechos que son relevantes e importantes. Las emociones y los sentimientos pueden hacer que te aferres a los detalles que tienen poca o ninguna relevancia para el resultado de la situación.
Pensar como un abogado requiere dejar de lado los intereses personales y las reacciones emocionales para enfocarse en los hechos reales y demostrables. Por ejemplo, imagina que un imputado ha sido acusado de acosar a un niño pequeño. La policía lo ha arrestado cerca de un patio de juegos para niños e inmediatamente ha comenzado a preguntarle por qué estaba ahí y cuáles eran sus intenciones con respecto a los niños que estaban jugando en las cercanías. El hombre, consternado, ha admitido que tenía la intención de dañarlos. Los detalles de este caso pueden ser repugnantes, pero el abogado defensor tendrá que dejar de lado el trauma emocional y enfocarse en el hecho de que el acusado no ha sido informado de su derecho a permanecer callado antes de ser interrogado.[3]

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Habla sobre ambas versiones. Las personas que no son abogadas podrían percibir esta capacidad como una falla moral de los abogados, pero esto no significa que dichos profesionales no crean en nada. Abordar los dos lados de un problema significa que comprendes que existen dos versiones para cada historia, y que cada una tiene posibles puntos válidos.
A medida que comprendas a elaborar argumentos contrarios, también aprenderás a escucharlos, lo que incrementará tu tolerancia y te permitirá resolver más problemas de manera cooperativa.[4]

II Parte: Usar la lógica

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Deduce conclusiones a partir de reglas generales. El razonamiento deductivo es una de las características del pensamiento de un abogado. En lo que refiere al derecho, este patrón de lógica se utiliza en la aplicación del estado de derecho a un patrón de hechos específico.

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Construye silogismos. Un silogismo es un tipo de razonamiento deductivo que generalmente se utiliza en el razonamiento legal, y confirma que lo que es cierto para un grupo general también será cierto para cada una de las personas que lo conforman.[5]
Los silogismos consisten en tres partes: una declaración general, una declaración particular y una conclusión sobre lo particular basada en lo general.
Normalmente, la declaración general es amplia y de aplicación casi universal. Por ejemplo, puedes decir “Todos los pisos sucios son una señal de abandono”.
La declaración particular se refiere a la persona o una serie de hechos en particular, como “El piso de este restaurante está sucio”.
La conclusión relaciona lo particular con lo general. Si se ha establecido una regla general y se ha demostrado que una persona en particular es parte del grupo alcanzado por dicha regla, puedes llegar a la conclusión: “El piso de este restaurante muestra una negligencia”.

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Infiere las reglas generales a partir de los patrones de características. En ocasiones, no existe una regla general, pero puedes evaluar situaciones similares en las que ha ocurrido lo mismo. Por inferencia, puedes concluir que si sucede lo mismo con frecuencia, puedes deducir la regla general de que siempre sucederá.
El razonamiento inductivo no garantiza que la conclusión sea correcta. Sin embargo, si algo sucede de forma regular, puede ser un motivo suficiente para crear una regla.
Por ejemplo, imagina que nadie te ha dicho que, como regla general, un piso sucio muestra negligencia por parte de un empleado o dueño de la tienda. Sin embargo, has observado el patrón de que, varias veces, un cliente se ha resbalado y caído, y el juez ha determinado que el dueño ha sido negligente. Debido a su negligencia, el propietario ha tenido que pagar las lesiones del cliente. Según tu conocimiento de estos casos, concluyes que, si el piso de una tienda está sucio, su dueño es negligente.
El hecho de observar algunos ejemplos no siempre es suficiente para crear una regla en la que puedas confiar en gran medida. Cuanto mayor sea la proporción de casos individuales de un grupo que comparta las mismas características, mayores serán las probabilidades de que la conclusión sea correcta.[6]

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Compara situaciones similares usando analogías. Cuando un abogado argumenta un caso al compararlo con uno anterior, está usando una analogía.
Los abogados intentan ganar un nuevo caso al demostrar que los hechos son esencialmente similares a los de un caso anterior, por lo que el nuevo caso debe decidirse de la misma forma.
Los profesores de derecho enseñan a sus estudiantes a razonar por analogía al proponer una serie de hechos hipotéticos para que analicen. Los estudiantes leen un caso y luego aplican las reglas del mismo a los diferentes escenarios.
Comparar y contrastar los hechos te ayudará a identificar los que son importantes para el resultado del caso y los que son irrelevantes o triviales.[7]
Por ejemplo, imagina que una niña con un vestido rojo camina en una tienda cuando se resbala y cae sobre una cáscara de banana. Los padres de la niña demandan a la tienda por sus lesiones y ganan el caso, dado que el juez determina que el propietario de la tienda ha sido negligente al no limpiar el piso. Pensar como un abogado significa identificar cuáles son los hechos que han sido importantes para el juez al tomar la decisión.
En la ciudad de al lado, una niña con un vestido azul camina hacia su mesa en una cafetería y se resbala y cae sobre un envoltorio de un panecillo. Si piensas como un abogado, probablemente hayas concluido que el resultado de este caso es igual al anterior. La ubicación de la niña, el color de su vestido y el objeto que ha producido la caída son detalles irrelevantes. Los hechos importantes y análogos son la lesión ocurrida como consecuencia de la negligencia del dueño de la tienda que ha descuidado su deber de mantener el piso limpio.

III Parte
Cuestionar todo

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Rompe con las suposiciones. Al igual que las emociones, las suposiciones pueden crear puntos ciegos en tu pensamiento. Los abogados buscan evidencia para probar cualquier exposición factual y asumen que, sin pruebas, nada es correcto.

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Pregúntate por qué. Quizás alguna vez te haya sucedido que un niño pequeño te pregunte “¿por qué?” cada vez que dices algo. Aunque esto puede ser molesto, también es parte de pensar como un abogado.
Los abogados preguntan por qué una ley ha sido aprobada como una “política”. La política detrás de una ley se puede utilizar para argumentar que nuevos hechos o circunstancias también se deben incluir en el ámbito de aplicación.
Por ejemplo, imagina que en 1935, el consejo municipal de una ciudad ha aprobado una ley que prohíbe la circulación de los vehículos en los parques públicos. La ley ha sido aprobada principalmente por razones de seguridad, después de que un auto ha chocado a un niño. En el año 2014, se le solicitó al consejo municipal que determine si la ley de 1935 prohíbe los drones. ¿Los drones son vehículos? ¿Prohibir los drones promoverá la política de la ley? ¿Por qué? Si te estás haciendo estas preguntas (y reconoces los argumentos que se podrían realizar en ambos lados), estás pensando como un abogado.
Pensar como un abogado significa no dar nada por sentado. Comprender por qué suceden las cosas o por qué se ha aprobado cierta ley te permitirá aplicar el mismo razonamiento a otros patrones de hechos para alcanzar una conclusión lógica.

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Acepta la ambigüedad. Las cuestiones legales rara vez son blanco o negro. La vida es demasiado compleja para que los legisladores tengan en cuenta cada posibilidad al redactar una ley.
La ambigüedad permite la flexibilidad, por lo que las leyes no tienen que reescribirse cada vez que se presente una nueva situación. Por ejemplo, la Constitución se ha interpretado para incorporar la vigilancia electrónica, un avance tecnológico que los escritores originales no podrían haber imaginado.
Gran parte de la capacidad de pensar como un abogado implica sentirse cómodo con los matices y las áreas grises. Sin embargo, el hecho de que estas áreas grises existan no significa que las distinciones sean insignificantes.[8]

Advertencias
Pensar como un abogado también implica utilizar el juicio o criterio. El hecho de que se pueda aplicar un argumento lógico no significa que sea bueno. El criterio es necesario para determinar si una línea de argumento o conclusión es en el mejor interés de todos y permite que la sociedad mejore como un todo, o si es destructivo o peligroso.[9]
La capacidad de poder pensar como un abogado puede ser útil en distintas situaciones. Sin embargo, el pensamiento crítico, frío y racional rara vez es apropiado cuando se trata de relaciones personales o en un entorno puramente social.[10]

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