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153).-Oratoria de los Abogados II; El abogado y el arte de la improvisación.-a

fabiola del pilar gonzález huenchuñir


Marco Tulio Cicerón

fabiola del pilar gonzález huenchuñir



(Arpino, actual Italia, 106 a.C. - Formies, id., 43 a.C.) Orador, político y filósofo latino. Perteneciente a una familia plebeya de rango ecuestre, desde muy joven se trasladó a Roma, donde asistió a lecciones de famosos oradores y jurisconsultos y, finalizada la guerra civil (82 a.C.), inició su carrera de abogado, para convertirse pronto en uno de los más famosos de Roma.

Posteriormente se embarcó rumbo a Grecia con el objetivo de continuar su formación filosófica y política. Abierto a todas las tendencias, fue discípulo del epicúreo Fedro y del estoico Diodoto, siguió lecciones en la Academia y fue a encontrar a Rodas al maestro de la oratoria, Molón de Rodas, y al estoico Posidonio.

De vuelta en Roma, prosiguió su carrera política, y en el lapso de trece años consiguió las más altas distinciones. Empezó como cuestor en Sicilia en el 76 a.C., y en el 70 a.C. aceptó defender a los sicilianos oprimidos por el antiguo magistrado Verres, para quien sus alegatos (Verrinaes) supusieron la condena, lo cual lo hizo muy popular entre la plebe y contribuyó a consolidar su fama de abogado.

Decidido partidario del republicanismo, admitía la necesidad de un hombre fuerte para dotar de estabilidad al Estado, figura que reconocía en Pompeyo; sus simpatías por él, sin embargo, no fueron siempre correspondidas. Su carrera política fue fulgurante: en un año fue elegido edil, en el 66 a.C. pretor, cargo desde el que propulsó un acercamiento entre caballeros y senadores (concordia ordinum), y dos años después obtuvo la elección de cónsul del Senado.

Desde esta posición, hizo fracasar la reforma agraria propuesta por Rullo, hizo frente a los populares, liderados por Craso y Julio César, y llevó a cabo una de las batallas más dramáticas y peligrosas de su carrera: su oposición a la conspiración de Catilina. Derrotado en las elecciones, Catilina se disponía a promover levantamientos para instaurar una dictadura. Los cuatro discursos (Catilinarias) pronunciados por Cicerón ante el Senado a fin de conseguir la ejecución de los conspiradores constituyen la muestra más célebre de su brillante oratoria, de gran poder emotivo.

Sin embargo, su actuación acabó por significarle el exilio años más tarde, cuando Clodio, elegido tribuno de la plebe (58 a.C.) gracias a César, consiguió el reconocimiento de una ley que sancionaba con la pena de muerte a todo ciudadano romano que hubiera hecho ejecutar a otro sin el previo consentimiento del pueblo. Tras buscar, sin éxito, el apoyo de Pompeyo, Cicerón marchó al exilio.
 
Regresó a Roma apenas un año y medio más tarde, pero para entonces su carrera política estaba prácticamente acabada, situación que pareció hacerse definitiva con la dictadura de Julio César (48-44 a.C.). Sólo cuando Julio César fue asesinado, Cicerón volvió a la escena política para promover la restauración del régimen republicano. En un principio, mientras Marco Antonio aún no se había afianzado en el cargo, gozó de cierto poder y consiguió la amnistía para los asesinos de César, pero apenas aquél se sintió seguro, Cicerón se encontró con una fuerte resistencia, a la que hizo frente verbalmente con las catorce Filípicas.

En vano intentó entonces aliarse con Octavio Augusto, hijo de César, contra Marco Antonio: tras la batalla de Módena, Octavio se reconcilió con Marco Antonio y unió sus fuerzas con las de éste y con el ejército de Lépido para la formación del segundo triunvirato (43 a.C.). Ese mismo año, Cicerón fue apresado y ejecutado.

Formado en las principales escuelas filosóficas de su tiempo, Cicerón mostró siempre una actitud antidogmática y recogió aspectos de las diversas corrientes. La originalidad de sus obras filosóficas es escasa, aunque con sus sincréticas exposiciones se convirtió en un elemento crucial para la transmisión del pensamiento griego. Al final de su De Republica contrasta su probabilismo con una exaltación religiosa de signo neoplatónico. Como literato, se convirtió en el modelo de la prosa latina clásica, con un estilo equilibrado y de largos y complejos períodos, aunque perfectamente enlazados (De divinatione).

LAS CARTAS

Las cartas de Cicerón son una de las grandes joyas que nos ha legado la Antigüedad. Aunque no conocemos con exactitud el proceso de su conservación, es muy probable que éstas comenzaran a circular publicadas desde la misma muerte del Arpinate, y que el responsable de su publicación no fuera otro que su gran amigo Ático. Perdidas durante toda la Edad Media, su recuperación fue uno de los mayores aciertos de los humanistas italianos.
Si en los discursos y obras teóricas encontramos al Cicerón político y al personaje público, en sus cartas descubrimos al ser humano. Al amigo que sufre por la traición, al padre preocupado por la suerte de sus hijos, al suegro desesperado por la actitud de su yerno. Encontramos a un Cicerón tan humano que es contradictorio, mezquino en ocasiones, tierno muy a menudo, iracundo y testarudo. Es en las cartas donde late la verdadera esencia del hombre que fue Cicerón.
Las cartas han sido agrupadas para su edición y publicación dependiendo de su destinatario.

-16 libros de Epistulae ad Familiares, escritas a un gran número de amigos, conocidos y clientes de todo tipo entre los cuales se cuentan algunos de los más importantes personajes de la historia de la República romana, como Pompeyo y César. Los datos que encontramos en estas epístolas resultan esenciales para entender el juego político de los años que van desde el consulado de Cicerón hasta su muerte a manos de los esbirros de Marco Antonio.

-16 libros de Epistulae ad Atticum, dirigidas a su gran amigo Pomponio Ático. Este personaje, un acaudalado caballero que renunció a la vida política en aras de una vida tranquila y próspera, fue el gran confidente de Cicerón, el receptor de sus cartas más sinceras y desgarradas. En el amargo trance del exilio, fue Ático quien recibió las quejas y reproches más amargos por parte de Cicerón. Tras la muerte de su hija Tulia, Ático fue el oído siempre dispuesto a escuchar los lamentos de un padre destrozado. Choca observar que, si es cierto que fue Ático el que publicó las cartas de Cicerón, en estas epístolas encontremos la intimidad de un Cicerón que difícilmente habría dado su consentimiento a la publicación de tan delicados documentos. Dado que no conservamos las respuestas de Ático, es probable que él mismo las destruyera para salvaguardar su posicionamiento político en una época tan controvertida como fueron los inicios del principado de Augusto.

-3 libros de Epistulae ad Quintum fratrem, dirigidas a su hermano Quinto Tulio Cicerón. Aunque la relación entre ambos pasó por momentos difíciles, Quinto siempre mantuvo un profundo respeto hacia la figura de su hermano Marco. Las cartas entre ambos hermanos muestran una tierna complicidad de dos políticos que se intercambian consejos y advertencias, aunque fuera siempre el mayor el que tuviera la última palabra. Especialmente difícil fue para Quinto la decisión de abandonar a César, junto al que había luchado en la Galia, para seguir a su hermano en pos de Pompeyo. Esta situación generó no pocos enfrentamientos entre ambos, enfrentamientos que quedaron plasmados en su intercambio epistolar.

-9 libros de Epistulae ad Marcum Brutum, con Bruto, el asesino de César, como su destinatario. Entre este personaje y Cicerón se desarrolló una profunda amistad basada en el respeto que el primero sentía por el orador. No se oculta, sin embargo, que estas relaciones no fueron siempre tan estrechas, pues en la época en la que Cicerón fue gobernador de Cilicia tuvo que parar los pies a Bruto para evitar sus abusos sobre algunas poblaciones orientales.


 


OBRAS TEÓRICAS Y FILOSÓFICAS

En su obra filosófica, Cicerón apenas hace ningún aporte original. El Arpinate se limita a hacer una síntesis personal de los principios de diversas corrientes de la filosofía helenística, especialmente el platonismo, mientras critica las posturas extremas de los epicúreos y los estoicos. El mérito de Cicerón en el campo de la filosofía consiste en su capacidad para adaptar a la lengua latina conceptos complejos que no tenían modo de ser expresados antes de él, una labor que resultó fundamental para el desarrollo de la filosofía posterior y, ante todo, del cristianismo occidental.

Las obras teóricas de Cicerón son un intento de reflexionar acerca de sus principales obsesiones vitales: la política y la oratoria. A la oratoria le dedicó un gran número de obras, comenzando a reflexionar acerca de este tema desde muy joven. A la política le dedicó una gran obra que, por desgracia, hemos perdido en gran parte, el De Republica, así como un diálogo dedicado al sistema legislativo y jurídico romano, el De legibus.

De Republica

En esta obra, Cicerón sigue en su línea habitual de copiar el estilo literaria y discursivo de Platón. Como el ateniense había hecho en su "República", Cicerón simula un diálogo ficticio en el que Escipión Emiliano y los miembros de su círculo debaten acerca de cuál es la mejor forma de organizar el Estado. Por desgracia, no es mucho lo que hemos conservado de esta obra, sin duda una de las más interesantes de Cicerón. Uno de sus pasajes adquirió gran celebridad durante la Edad Media y por este motivo se salvó de la desaparición: el llamado Sueño de Escipión. En él, Escipión Emiliano cuenta un sueño en el que se le aparece su antepasado (por adopción), Escipión Africano y las revelaciones que éste le hace acerca del futuro de la República romana.

De legibus

El diálogo "De legibus" muestra una conversación ficticia entre el propio Cicerón, su hermano Quinto y su gran amigo Ático. El tema del debate es el espíritu de las leyes romanas, la forma en la que éstas son aprobadas por las asambleas, la influencia del Senado, los poderes de los magistrados, la legitimidad de las diversas instituciones... Gracias a esta obra conocemos una gran cantidad de detalles acerca de las formas de gobierno y las leyes en la República romana, así como de la mentalidad que subyacía bajo las mismas.

De finibus bonorum et malorum

En esta obra, Cicerón reflexiona sobre cuestiones éticas a la luz de las principales corrientes filosóficas de su tiempo, fundamentalmente el epicureísmo, que él mismo despreciaba, el estoicismo y las el platonismo.

De officiis

El más personal de todos los libros filosóficos de Cicerón y aquel en el que refleja más de sus propias reflexiones. Lo escribió en un momento especialmente fecundo de su vida: los últimos meses del año 44 a.C. Tras el asesinato de César, Roma se vio inmersa en un nuevo conflicto civil, y fueron muchos los que se volvieron en busca de una figura política con experiencia que guiara a la República en ese trance. Fue el momento que Cicerón había esperado durante años. Mientras pronunciaba sus Filípicas para denunciar las intenciones tiránicas de Marco Antonio, el Arpinate escribió esta obra filosófica, su legado final. En ella reflexiona sobre la virtud desde el punto de vista teórico y sobre cómo estos principios deben aplicarse en la práctica.

Cato Maior De senectute

Cicerón nunca ocultó su admiración hacia la figura de Catón el Viejo, un romano severo y estoico que consagró su vida a servir la República y a cultivar sus tierras según el modelo de virtud del hombre arcaico. Tomando a Catón como ejemplo, Cicerón traza un panorama de las ventajas de la vejez frente a la juventud, una obra que busca ser un consuelo para aquellos que ven que sus fuerzas se marchitan y su vigor físico desaparece.

Laelius de amicitia

Un tratado sobre la amistad desde el punto de vista romano, entendida como una relación social entre iguales que deciden darse un apoyo mutuo en la vida privada y en la pública. Como protagonista del diálogo, Cicerón escoge a Cayo Lelio, que en presencia de sus dos yernos, Fanio y Escévola, va desgranando su propia visión de la amistad en base a la que fue su relación con el gran Escipión Emiliano.

De natura deorum

En este diálogo, Cicerón reflexiona acerca de la religión desde el punto de vista de los epicúreos, representados por Cayo Coya, y los estoicos, representados por Lucilio Balbo. Al modo de los diálogos platónicos, Cicerón deja que los dos personajes desgranen sus argumentos para después pasar a rebatirlos y llegar a una conclusión final.

De divinatione

Un pequeño tratado escrito en los primeros meses del año 44 a.C., una época en la que la dictadura de César obligó a Cicerón a retirarse de la vida pública para evitar enfrentarse de forma directa con el que él consideraba un tirano. En esta obra, Cicerón defiende la posibilidad real de que los sacerdotes puedan adivinar el futuro por diversos medios, ya sea el análisis del vuelo de las aves, de las entrañas de las víctimas sacrificadas o de determinados sueños.Busto de Marco Tulio Cicerón

De oratore

En este tratado, escrito también en forma de diálogo ficticio situado en el 91 a.C., Cicerón habla de cómo debe ser la educación de un orador y reflexiona acerca de los principios morales que éste debe seguir para hacer buen uso de la retórica.

Orator

El último de los escritos de retórica que escribió Cicerón. En él, el Arpinate hace una introducción acerca de las diversas fases de creación de un discurso, para después, tras una petición ficticia de Marco Junio Bruto, pasar a describir las cualidades que deberían adornar al orador perfecto.

Brutus

Este pequeño tratado es una joya para la reconstrucción de la historia de la retórica en Roma. En él, Cicerón hace un corto relato cronológico en el que habla de los mejores oradores de cada generación, desde los orígenes del discurso en Roma hasta sus propios días. Gracias a esta obra hemos conservado numerosos datos biográficos de personajes muy importantes en la historia de la República romana.

 


Carla Nicol Vargas Berrios


X – La Oratoria en España en los siglos XVIII y XIX

En España, el siglo XVIII es una continuación, con sus variantes del siglo XVI. No sólo en oratoria, sino prácticamente todo viene de Francia. La Academia viene de Francia. La Real Academia de la Lengua, 1713. Marca Francia el siglo de una estética que le es natural: la elocuencia. Es la hora de Luis Bourdalue, retorico; de Massillon, obispo; de Fenelon, Arzobispo… Los Diálogos de Fenelon, Dialogues sur l’éloquence, se publican en 1718. Francisco de Salignac de la Mothe Fenelon había nacido en 1651; murió arzobispo de Cambray, en 1715. Su Retórica, póstuma, comprende tres diálogos y entre éstos los Diálogos sobre la elocuencia en general y del pulpito en particular[58].
La sátira domina en los gustos del siglo XVIII; corrige las desviaciones – erudición, esnobismo – de la creación literaria. Las obras toman en España estos títulos: El Asno erudito, de Forner; La derrota de los pedantes, Moratín; Eruditos a la violeta (savants à l’eau de rose), Cadalso; Los literatos en Cuaresma, Iriarte… El problema es razonado por Luzán, es preceptiva: La poética, o reglas de la poesía en general, 1737. Alternan en el privilegio la crítica y la erudición; Feijoo suma ambas magnificencias: Teatro crítico, Cartas eruditas. Pero hay tosquedad, común a nobles y plebeyos[59].
Debe citarse en lo que concierne a la oratoria, el tema elegido por Antonio Ferrer del Río para su ingreso en la Academia Española: La oratoria sagrada en el siglo XVIII. Se recomienda el estudio de los retóricos: Quintiliano, Cicerón. El ideal del siglo es un retorno al clasicismo. Los ejemplos son electos entre los grandes de la elocuencia francesa[60].
Entre los autores españoles del siglo XVIII conviene citar a Antonio Capmany, a Gregorio Mayáns y Síscar y al jesuita José Francisco de Isla. Antonio Capmany, que de 1786 a 1794 publicó un Teatro histórico crítico de la elocuencia española, en cinco volúmenes, anticipó a su propio colosalismo una obra de preceptos: Filosofía de la elocuencia, 1777[61].
Gregorio Mayáns y Síscar, de veintisiete años, publicó en Valencia un primer libro de retórica: Oración que exhorta a seguir la verdadera idea de la Elocuencia Española. Se trataba de un discurso de autocrítica de la literatura castellana. Primera del ciclo de las retoricas, es sucedida de estas obras: 1733, El Orador Christiano ideado en tres Diálogos; tres Diálogos articulaban la retórica de Fenelón. Nace el Orador Christiano del breve Gravissimum praedicandi, de Benedicto XIII; en el Orador, Mayáns se pronuncia contra los abusos del púlpito; instruye, y lo precede en medio siglo, el testimonio de un proceso de la decadencia historiado en la obra monumental de Capmany. Estas ideas, Mayáns las desarrolla, Informe sobre los Estudios, muy posteriormente[62].

En 1758, y bajo mil cautelas, el jesuita José Francisco de Isla publica la Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas. No es un tratado. Es, por imperativo cronológico, una sátira. Su influencia en los efectos formales trasciende, toma fuerza didáctica: no hay orador que no enseñe; acaso el que más, el orador malo. 
“El padre maestro Castroverde, que es el predicador de mayor caudal que yo he oído – recuerda el obispo Terrones –, dice que ha aprendido más de los malos predicadores que de los buenos, guardándose de caer en las faltas que les ve caer a ellos, y de lo que ve que el auditorio cuerdo les reprende o murmura”[63].

A diferencia del siglo XVIII donde predominó en España la elocuencia sagrada, el siglo XIX sería el del apogeo de la elocuencia política, académica y forense. Sin embargo, no alcanza España la oratoria política, no arraiga el parlamentarismo, hasta muy entrado el siglo XIX. Ennoblecen la tribuna los tonos académicos; nacen los Ateneos y, en sus cursos, la exposición de consideraciones de interés público[64].
En áureos tiempos absorbida por la exclusiva del púlpito, la oratoria española no sagrada – la oratoria política, la forense, la académica –, llena la segunda mitad del siglo XX. Era la era de un absolutismo de la elocuencia. Muy pronto, con el sentido crítico inicial del nuevo siglo, siglo XX, la oratoria palidece; y convenimos en unos paralelismos: crisis de Parlamento, crisis de énfasis, crisis de elocuencia[65]
Entre los grandes nombres de la elocuencia española de la segunda mitad del siglo XIX podemos citar a Juan Donoso Cortés, Emilio Castelar, Antonio Maura Montaner, Juan Meléndez y Valdez, José Carvajal Hué, Pedro Sainz De Andino y Joaquín María López.
Juan Donoso Cortes nació en una dehesa de la Serena, de padres fugitivos del francés, el 6 de mayo de 1809, año del nacimiento de Larra; murió en Paris, el 3 de mayo de 1853. En esa vida, breve, al gusto de su siglo, siglo de la Pléyade y los elegidos de los dioses, la revuelta, las dictaduras, romántica edad, conoció el triunfo de los populares, la privanza de las cámaras, el dolor[66].
Cursa en Cáceres segundas letras, en Salamanca humanidades, jurisprudencia en Sevilla. Jovencísimo, asume cargos en el Liceo, el Instituto, donde se formó. En Cáceres también, se casa; tiene veintiocho años y se le muere su mujer; se le muere su hija. Se le muere su hermano[67].
El 4 de enero de 1849 acude a defender al gobierno de Narváez; su discurso de la dictadura repercute en Europa. En el bullicio liberal, mediado el siglo XIX, pronostica la dictadura conservadora. Las antipatías todas para Donoso Cortés, desde ese discurso, pero observador, vidente patético, Donoso implacable[68]:

Cuando la legalidad basta para salvar la sociedad, la legalidad; cuando no basta, la dictadura. Señores, esta palabra tremenda (que tremenda es, aunque no tanto como la palabra revolución, que es la más tremenda de todas) (Sensación); digo que esta palabra tremenda ha sido pronunciada aquí por un hombre a quien todos conocen; este hombre no ha sido hecho por cierto de la madera de los dictadores. Yo he nacido para comprenderlos, no he nacido para imitarlos. Dos cosas me son imposibles: condenar la dictadura, y ejercerla. Por eso (lo declaro aquí alta, noble y francamente) estoy incapacitado de gobernar; no puedo aceptar el gobierno en conciencia; yo no podría aceptarlo sin poner la mitad de mí mismo en guerra con la otra mitad; sin poner en guerra mi instinto contra mi razón, sin poner en guerra mi razón contra mi instinto. (Muy bien, muy bien) …
Por esto, señores, y yo apelo al testimonio de todos los que me conocen, ninguno puede levantarse, ni aquí, ni fuera de aquí, que haya tropezado conmigo en el camino de la ambición, tan lleno de gentes. (Aplausos) … Sólo así, cuando mis días estén contados, cuando baje al sepulcro, bajaré sin el remordimiento de haber dejado sin defensa a la sociedad bárbaramente atacada, y al mismo tiempo sin el anarquismo y para mí insoportable dolor de haber hecho mal a un hombre …”

Termina, ¿y cómo?, su discurso de la dictadura: ha profetizado el acabamiento de la libertad; la emoción de las Cortes ante aquella palabra es adjetivada en el Diario de sesiones: Sensación profunda. Y Donoso[69]: 

“No resucitará, señores, ni al tercer día, ni al tercer año, ni al tercer siglo quizá…”.

“Se trata de escoger – concluye – entre la dictadura que viene de abajo y la dictadura que viene de arriba; yo escojo la que viene de arriba, porque viene de regiones más limpias y serenas; se trata de escoger, por último, entre la dictadura del puñal y la dictadura del sable: yo escojo la dictadura del sable, porque es más noble. (¡Bravo! ¡Bravo!) Señores, al votar nos dividiremos en esta cuestión y, dividiéndonos, seremos consecuentes con nosotros mismos. Vosotros, señores, votareis, como siempre, lo más popular; nosotros, señores, como siempre, votaremos lo más saludable. (Una grande agitación sigue a este discurso. El orador recibe las felicitaciones de casi todos los diputados del Congreso)”.

Con veintitrés años menos, Emilio Castelar nació en Cádiz el 7 de septiembre de 1832. Huido de su padre, perseguido; huérfano temprano Emilio Castelar había vuelto al sudeste – Sax, Alicante, Elda –, tierras con raíces de su ser; murió en San Pedro del Pinatar, con las primeras luces de la tarde, el 25 de mayo de 1989[70].

Castelar emprendió un camino conocido: el camino de Donoso; el de todo joven llegado de la periferia, a la conquista de Madrid: Prensa, catedra, Ateneo, Parlamento, Academia; sabia de los salteadores – oposición, exilio, ostracismo – que acechan al viandante en las revueltas del camino[71].
Da Castelar horas al trabajo de la Prensa, gana catedra de Historia, dicta cursos en el Ateneo… Y fracasa en sus asaltos al Parlamento: quince años, desde ese de 1854, lucha por un acta de diputado. Cuando en las Constituyentes de 1869 logra ejercer su oratoria, el 16 de marzo de aquel año torna a la autoridad de Donoso, con todos los respetos y estas argucias de parlamentario[72]:

“Hablo del ilustre marqués de Valdegamas, gloria de España, gloria de esta nación. Pues bien, él decía estas proféticas palabras: “Para los poderes antiguos, todos los caminos conducen a la perdición. Unos se pierden por ceder, otros se pierden por resistir; donde la debilidad ha de ser causa de ruina, allí pone Dios príncipes débiles; donde el talento mismo, príncipes entendidos. Para salvar las antiguas monarquías no hay un hombre inminente; o si lo hay, Dios disuelve con su dedo inmortal para él un poco de veneno en los aires”.

Castelar consagró su vida a la oratoria: oratoria hablada, oratoria escrita; publicó novela, historia, libros de leer gustoso, crónicas de andar y ver. Su tema era de alto voltaje: la causa de la libertad; su protagonista, el caído, el oprimido; defendió a los desheredados “con la unción del apóstol y con las indignaciones del tribunado plebeyo”. Vísperas de su muerte, hace en carta a un amigo esta declaración: 
“El único móvil interesado a que obedecí en otro tiempo fue, lo confieso, deseo de renombre y gloria”[73].
Cuando por la primera vez habló en el Parlamento, se le catalogó de “orador sagrado”. En la oposición de aquellas Constituyentes, dio Castelar un curso de oratoria. Apuró, como tribuno, la copa del dolor: la prohibición de la palabra. Es uno de esos casos de retorno: la palabra le había sido prohibida a Cicerón. El 16 de diciembre de 1870, el Congreso sometía a votos una propuesta de la Presidencia: ¿Se le concede o no se le concede la palabra a Castelar? Sesenta y cuatro diputados votaron sí; los sufragios en contra sumaron ciento uno; el Congreso decidía que no hablase el orador[74].
Era un espectáculo, era una fiesta oírle. La prensa anunciaba sus intervenciones; aparecían abarrotadas las tribunas. Color, melodía, gracia, conjugaban en su voz. Una voz fría, pero que, empastándose, tomaba gravedad, cuerpo. A contribución de su voz ponía cuanto le era posible; cuidaba de la garganta; no fumaba[75].

Habló Castelar en público por primera vez el 25 de septiembre de 1854; el 3 de mayo de 1899: “Jóvenes – dijo –, oíd a un viejo a quien oían los viejos cuando era joven…”. Aunque para combatirle, evocó en su primer discurso a Donoso, el grande orador a quien sucedía. Sobre la muerte de Castelar otro orador expectable, quizá el último de la historia de la Elocuencia española, se levantaba para rendir a los cuerpos legislativos honras al tribuno esclarecido; el 17 de julio de aquel año 1899, Antonio Maura exclama[76]:

Pero, señores, en Castelar todo fue siempre ostensible. Castelar fue publicista y orador, y de la fama gloriosa del orador y del publicista hay que decir que se asemeja a la gloria militar, en cuanto ni una ni otra pueden ser clandestinas; porque ser orador, incomparable orador, gran orador, el orador cuyo nombre se ha convertido en proverbio de la misma elocuencia para todas las clases y para todos los pueblos, significa que la vida de Castelar no ha sido una vida suya, que se ha deslizado entre nuestras vidas; significa que Castelar ha derramado su espíritu en nuestros espíritus y entretejido su ser, sus ideas, sus pasiones, sus esperanzas, con las de todos sus contemporáneos; porque la oratoria no es nunca, no puede ser jamás, un monologo…”.

Antonio Maura Montaner (1835-1925), conocido por su brillante carrera política, Jefe del Partido Conservador y Ministro y Presidente del Gobierno hasta en cinco ocasiones durante el reinado de Alfonso XIII, fue igualmente un reconocido jurisconsulto y orador extraordinario. Presidente de la Real Academia de la Lengua Española, ingresó con un discurso sobre “La Oratoria”, disertación ésta que constituye un modelo de los principios y reglas que rigen esta disciplina[77].
Para Antonio Maura, es la memoria escollo de inexpertos. Maura dice no a la memoria: “Potencia del alma, en la oratoria tiene oficio comparable con el de la impedimenta en los ejércitos, que por ella sufren muchos descalabros”. Marcan el límite de la preparación estos términos: fijar por escrito los conceptos…, y romper el papel. No se fíe el discurso a la memoria, ni aun los pasajes de efecto. Confíe el orador en la indulgencia del auditorio; indulgencia para el vocablo impropio, para las quiebras de la sintaxis, para la disonancia eufónica[78].
Sobre el exordio dirá Maura que hay exordios inútiles; por ejemplo, en las controversias; y hay exordio inoportuno: el exordio forense. Se amanera el exordio si nace de modelos, estudio que no aprovecha porque difieren lugar, ocasión, costumbres. Para Antonio Maura el exordio es una toma de posición, un arranque. La turbación en el exordio despierta simpatías; fiel a las tradiciones, Maura lo admite; líder político, no olvida que la oratoria no se aviene con el encogimiento. La observación de Maura es mucho más rica: las actitudes de orgullo, la petulancia, yerguen fierezas en el auditorio. Y no hay por qué: propende el orador más a la vanagloria que a la altiveza, vejadora[79]
Su discurso ideal, espejo de proporciones y armonía, es aquel en que, no obcecándose por decirlo todo, todo se diga con variedad de tonos y matices: la diversidad, regla de oro; la riqueza de tránsitos de la gravedad a la agudeza, de la indignación a la ironía, de la ternura al horror. Entran aquí los ejercicios de elocución. La fórmula de Maura es, en los ademanes, compostura; naturalidad en las inflexiones

“¡Desventurado – exclama – el orador en cuya atención hay un negociado especial para el movimiento de sus brazos, y para la modulación de la voz, como si la naturaleza le hubiese dotado de pedales!”[80].

Continuando con la galería de ilustres oradores del foro español del siglo XIX, conviene citar a Juan Meléndez y Valdez que obtuvo el grado de bachiller en Derecho en 1775 por la Universidad de Salamanca.
Desempeñó los cargos de Juez de la corte en Zaragoza, Canciller en Valladolid, Fiscal de la Sala de Alcaldes de la Casa y Corte de Madrid. Estas funciones le permitieron desarrollar una importante actividad forense.
Reconocido poeta, escribió su obra cumbre, Discursos Forenses, cuyo objeto es un conjunto de discurso fruto de su experiencia como Fiscal, y que se caracterizan por el uso de una técnica propia de los estudios de retórica civil de la época. Dada la maestría de su autor, los Discursos se convirtieron tras su publicación en 1821 en un tratado clave de oratoria y retorica forense[81].
Reproducimos a continuación un párrafo del informe correspondiente al caso del asesinato del comerciante Francisco de Castillo, en el que Juan Meléndez Y Valdez desplegó todas sus habilidades retoricas y que, afortunadamente, ha podido llegar a nuestros días. Concretamente, vamos a centrarnos en la narración del discurso, en la que destaca su exposición empleando el estilo patético[82]:

“Entre tanto el cobarde alevoso se precipita a la alcoba, corre el pasador de una mamparra para asegurarse más y más, y se lanza, un puñal en la mano, sobre el indefenso, el desnudo, el enfermo Castillo. Este se incorpora despavorido; pero el golpe mortal está ya dado, y a pesar de su espíritu y su serenidad sólo le quedan fuerzas en tan triste agonía para clamar por amparo a su esposa mujer. María Vicenta, María Vicenta, repite por dos veces; y ella, entretanto, entretiene falaz a las criadas, fingiendo desmayarse, el adulterio y el parricidio delante de los ojos y de la sangre, la venganza y las furias de su inhumano corazón”.

José Carvajal Hué (1835-1899) es otro ilustre orador español del siglo XIX. Fue uno de los personales más importantes y representativos del siglo XIX. Durante su trayectoria profesional realizó actividades como político, abogado, economista, empresario, escritor, literato y periodista español.
En el campo político alcanzó el cargo de Ministro de Hacienda y de Estado durante la Primera República. Como abogado, fue Decano del Colegio de Abogados de Madrid y miembro de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, del Ateneo de Madrid[83].
Por su rigor, por la amplitud de sus conocimientos, su perfecto uso de y por la sonoridad con la que manejaba la lengua castellana, fue uno de los principales oradores de un siglo en el que concurrió con grandes oradores como Castelar, del que era ferviente seguidor[84].
Transcribimos a continuación un bellísimo exordio pronunciado en 1893 en la defensa del anarquista Juan María Debats[85]:

Señores del Jurado: Yo vengo aquí a defender a este pobre extranjero condenado por la opinión a ciegas y perturbada, que no atiende en estos momentos sino al prestigio tenebroso de un nombre, bajo cuya invocación se han cometido y se están cometiendo delitos que con razón la alarman. Yo vengo aquí a luchar con el encono que produce la visión de ese fantasma. Yo vengo aquí a distinguir entre lo lícito y lo ilícito, entre lo legal y lo ilegal, lo inofensivo y lo delincuente, por desventura confundida con los signos del atropello y de la cobardía, característica del terror; en las manifestaciones de una indignación legitima. Yo vengo aquí, porque este desgraciado cree que soy capaz de deshacer esas confusiones, en cuyo vértigo se arrastra, y que tarea tan difícil como la de expurgar en el error lo que siempre contiene de verdad y ponerla en su puesto, es propia de mis fuerzas”.

El penúltimo maestro de la oratoria española del siglo XIX que aquí estudiaremos es Pedro Sainz De Andino (1788-1863). Estudió y se graduó en Leyes en 1804, licenciado en Cánones en 1807 y se doctoró en Leyes en 1806. A partir de 1807 estuvo vinculado a la Universidad de Sevilla como Claustral de la misma, si bien inició su actividad de abogado que, a pesar de la llamada al campo de la política, siguió ejerciendo toda su vida[86].
Escribió Elementos de elocuencia forense (1828), y De los ministros sobre el curso que debe darse al juicio de purificaciones (1828). Un año después, en 1829 presentó al Gobierno de la nación diversos proyectos: Proyecto de código de comercio y proyectos de códigos criminal y civil. Otras obras a destacar del autor son la Exposición al Rey N. S. sobre la situación política del Reino y medios de su restauración (1829), el Reglamento del Banco Español de San Fernando (1829) y la Ley de Bolsas (1831)[87].
Durante su brillante trayectoria política, disfrutó de cargos como los del Fiscal del Consejo de Hacienda (1829), Ministro del Consejo y Cámara de Castilla. Como honores a destacar recibió la gran cruz de Carlos III (1830) y de Isabel la Católica (1833) y fue nombrado académico honorario de la Historia[88].
Reproducimos a continuación un interesante párrafo de consejos de su obra Elementos de la elocuencia forense[89]:

“El consejo esencial, como en toda actitud exterior del orador, es su naturalidad, huyendo del ademan frio y descuidado. Sin embargo, se destaca que los movimientos que nacen del hombro son más graciosos que los del codo; que los oblicuos son preferibles a los rectos y perpendiculares; que no deben ser ni muy ligeros, sino que han de seguir naturalmente el curso de la expresión; que se han de hacer con cierto orden y compás, y al mismo tiempo con variedad, porque los movimientos desconcertados así como los que son enteramente uniformes, parecen maquinales y pierden toda su significación”.

Sin ninguna ambición de exhaustividad, el ultimo maestro de la oratoria española que aquí se estudiará es Joaquín María López (1798-1855). Nació el 15 de agosto de 1798 en Villena (Alicante), estudió Filosofía y Jurisprudencia, licenciándose en 1821.
Vinculado ampliamente a la política, fue diputado a Cortes de 1834 a 1843, ostentando los cargos de Ministro de Gobernación en 1840 y Presidente del Gobierno en dos ocasiones durante el año 1843. Fue igualmente Senador del Reino de 1849 a 1853 y Ministro togado del Tribunal de Guerra y Marina en 1854[90].
Destacó como abogado y publicó diversas obras entre las que destaca Lecciones de elocuencia general, de elocuencia forense, de elocuencia parlamentaria y de improvisación. A través de este tratado, se percibe la importancia que la Retórica – en especial, Jurídica –, erigiéndose Joaquín María López como un excelente pedagogo, quien con sus enseñanzas sienta una de las bases más sólidas en la construcción oratoria en la España del siglo XIX[91].

De la Sección de Elocuencia Forense de dicha obra, podemos destacar los siguientes párrafos dedicados a la figura del abogado:

“El orador lucha en un campo cuyos límites toca por todas partes, y no puede ni tender su vuelo cuando no hay espacio, ni tener grandes movimientos cuando no lo anima la expectación del interés general, ni remontarse a grandes consideraciones cuando los hombres no miran más allá del horizonte de sus cálculos, dentro del cual no hay para todo lo demás sino un desdén frio, o una curiosidad indiferente”.

“La elocuencia en el foro se emplea en exagerar la atrocidad del delito si se acusa; en exagerar igualmente los motivos y las escusas del crimen si se defiende; en indagar las varias pasiones de los jueces para moverlas según conviene al plan que se ha adoptado; en excitar según lo exige la necesidad, la ira, la compasión, el furor y la lastima; en sustituir a la calma de la razón el entusiasmo de una imaginación acalorada; en hablar al corazón cuando no se puede seducir al entendimiento, y en conmover al juez cuando no es posible seducirle”.

La oratoria española del siglo XIX fue pues principalmente política. Los políticos del siglo XIX, edad de Parlamentos, coinciden sobre la necesidad del trabajo y la total entrega a la preparación. En carta íntima, confiesa Castelar la dureza de su tarea: le es imposible hacer cosa otra alguna, porque ese mes prepara dos discursos. No sólo España. Preguntaron a Gladstone cuántos discursos puede componer un hombre en una semana; y el líder liberal británico, dijo[92]:

"El de mucha capacidad, uno; el de capacidad mediana, tres o cuatro; el imbécil, una docena".

Si el siglo XIX fue en España el siglo del absolutismo de la elocuencia, en el siglo XX la oratoria iba a palidecer en España. A diferencia de España, la oratoria forense conoció en Francia una época de esplendor en el siglo XX.

XI – La Oratoria en España y Francia en el siglo XX

Pese a que el siglo XX fue el del ocaso de la oratoria en España, pueden citarse a ilustres maestros como Francisco Bergamín García, Ángel Ossorio y Gallardo, y Luis Jiménez de Asúa.

Francisco Bergamín García (1855-1937) fue un abogado y político español. Ocupó importantes cargos políticos, como el de Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, Ministro de Gobernación, Ministro de Hacienda y Ministro de Estado, llegando a ser Vicepresidente del Congreso[93].
En el ámbito jurídico, fue Catedrático de Economía Política, Derecho Mercantil y Estadística y de Derecho Internacional. Decano de los Colegios de Abogados de Málaga y de Madrid, Presidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y del Consejo de Instrucción Pública y de la Real Sociedad Geográfica, destacó por su producción literaria, especialmente jurídica, en derecho mercantil, procesal y constitucional[94].
Como afirma Martínez Val, Francisco Bergamín gozó de merecida fama de practicar una eficaz concisión en sus informes. Efectivamente, sus informes se caracterizaban por su brevedad y vivacidad, derecho al nudo de la cuestión, sistema éste que fue empleado de forma constante. Un brevísimo exordio – continúa Martínez Val – y dos partes: la verdad legal y la verdad moral. En la primera, una escueta relación de los hechos; en la segunda, una amplificación histórico-doctrinal de las circunstancias en las que ocurrieron los hechos y una incisiva interpretación de los preceptos aplicables[95].
Es famosa la defensa que realizó del ex Presidente del Consejo de Ministros, José Sánchez Guerra, por la implicación de éste en el frustrado alzamiento en armas de la guarnición de Valencia contra la dictadura del general Primo de Rivera. A pesar del ambiente enrarecido que rodeó al proceso, Francisco Bergamín, demostrando su maestría en el manejo de los estilos, dejó a un lado el estilo de corte parlamentario, para centrarse en el razonado estilo oratorio[96].
Quizás uno de los más ilustres maestros de la oratoria forense español es Ángel Ossorio y Gallardo (1873-1946). Fue jurista y político que compaginó durante toda su vida profesional la práctica de la abogacía (profesó durante cuarenta y tres años) con el ejercicio de las más altas magistraturas políticas (se definía como cristiano, abogado y conservador)[97].
En el campo político ocupó cargos como los de Ministro de Fomento, Embajador de la Segunda República Española, Gobernador Civil de la Provincia de Barcelona y Alcalde de la misma ciudad. Tuvo una larga tradición de diputado en el Congreso durante la Restauración española. Cabe destacar que fue uno de los primeros juristas que, desde su atalaya política, luchó por los derechos de las trabajadoras del servicio doméstico[98].
Decano del Colegio de Abogados de Madrid, presidió la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación y el Ateneo de Madrid. Defensor a ultranza de la República, al finalizar la guerra civil se exilió a Argentina donde murió.
Entre sus obras destaca el opúsculo El Alma de la Toga, escrito tras veinticinco años de ejercicio profesional, obra didáctica donde las hay para el joven abogado y, por qué no, para abogados más experimentados. Actualmente, la obra sigue siendo un referente para el sector[99].
Destacamos a continuación algunos párrafos de El Alma de la Toga dedicados a la política del léxico y la amenidad del orador[100].

“Entre nuestra deficientísima cultura literaria y la influencia del juicio por Jurados, los Abogados hemos avillanado el vocabulario y hemos degradado nuestra condición mental. Bueno será no olvidar que somos una aristocracia y que, en todas las ocasiones, es la Abogacía un magisterio social. Aquella compenetración que, en beneficio de la claridad, he defendido para que al Abogado le entienda un patán, no ha de lograrse deprimiendo el nivel de aquel, sino elevando el de éste.
En todo género oratorio hay que producirse con sencillez, huyendo del lirismo altisonante y de erudiciones empalagosas. Singularmente, los pleitos no se ganan ya con citas de Paulo, Triboniano y Modestinos, ni en fuerza de metáforas, imágenes, metonimias y sinécdoques. Aquello es sumergirse en un pozo, esto es perderse en un bosque. El secreto está en viajar por la llanura, quitar los tropiezos del camino, y de vez en cuando provocar una sonrisa”.

El último maestro de la oratoria española que aquí se estudiará es Luis Jiménez de Asúa (1889-1970). Fue un jurista y político español que desempeñó los cargos de vicepresidente del parlamento español y representante de ese país ante la Sociedad de Naciones. Catedrático de Derecho Penal de la Universidad Central de Madrid, tuvo una intensa actividad política como diputado en varias legislaturas y como Ministro de la República. Llegó a ser presidente de la II República en el exilio (durante el periodo franquista se exilió a Argentina). Tuvo un papel principal en la elaboración de la Constitución de la II República y en otras importantes leyes de aquel periodo[101].

Luis Jiménez de Asúa era un verdadero especialista en Derecho Penal con un conocimiento casi inabarcable de la materia criminal. Examinar su bibliografía es una experiencia que provoca vértigo por la ingente acumulación de saber lo que ello conlleva. Durante ocho años ejerció como abogado de renombre y fama, actividad que desarrolló junto con una incansable actividad de conferenciante[102].

Trascribimos a continuación el epilogo del informe que pronunció en un caso sobre el secreto profesional en el sector periodístico[103]:

“Si nosotros quisiéramos hacer funcionar los meros conceptos formales del tipo contra la esencia misma del concepto jurídico, daríamos sí, mucho valor al Derecho, como forma, pero le haríamos perecer como función.
Los señores Magistrados tienen la forzosa obligación de encontrar en los códigos penales medios para que la injusticia no prospere, para que las gentes sepan que el derecho es lo justo, lo justo y no la injusticia, que se repara con un indulto después de dictarse la condena
No. Es absurdo condenar y tender luego la mano al penado, diciéndole: “No había más remedio que condenarle a usted porque la ley lo manda; pero yo hubiese hecho igual; todos nosotros hubiéramos hecho igual”. Si la norma de cultura le absuelve, el Derecho ha de absolverle también, para que las gentes no puedan pensar que las leyes son injustas.

Por eso termino, con encendido convencimiento, solicitando la libre absolución de mi patrocinado, con todos los pronunciamientos favorables”.

Conviene señalar que, si la oratoria se caracteriza por su pobreza en España en el siglo XX, Francia al contrario empezó el siglo XX con el caso Dreyfus, símbolo moderno y universal de la injusticia en nombre de la razón de Estado y del error judicial. La oratoria forense se desarrolló pues de forma extraordinaria en Francia durante el siglo XX.
La defensa de Albert Clemenceau (1816-1927) y de Fernand Labori (1860-1917) durante el proceso Zola toda la elocuencia y el sentido del reparto impulsados por el Colegio del siglo XIX[104].
De este modo, defendiendo el periódico L’Aurore que había publicado el artículo “J’ACCUSE”, gritó al presidente del tribunal del jurado (cour d’assises):

 
“¡Va a cometer usted un error judicial!”. ¡El presidente respondió con frialdad que los errores judiciales no existen! Clemenceau se levantó enseñando el crucifijo colgado en la sala de audiencia gritando: “¿y éste? ¡He aquí el primer error judicial de la historia!”[105].

Las defensas se hicieron más incisivas, menos sensibles, basándose en la demostración y en una presencia en la audiencia a veces cercana al comediante.

Antes y después de la guerra, una generación de abogados talentosos se ilustró retomando las técnicas de sus antecesores. Se les citaba a menudo como artistas del foro y sus nombres están grabados en la memoria colectiva.
Xavier Étienne Eugène de Moro-Giafferi, alias Vincent de Moro.Giaferri (1878-1956) o “Moro”, célebre abogado de Córcega, es un improvisador que divaga al ritmo de sus humores o de sus citas ya célebres. Respondió por ejemplo a un presidente que le hizo observar que el texto que citaba era oscuro: 

“Pero señor presidente, la oscuridad de un texto no es sino el homenaje discreto dado por el legislador a la sagacidad del magistrado”[106].
Cuando un abogado general le reprochó de no revelar la forma en que se procuró las cartas favorables a la defensa:

 “¿Cómo he obtenido las cartas, señor abogado general?” “¡pero se lo voy a decir! Yo dormía mal esta noche. Verdaderamente, yo velaba y pensaba en usted. De repente, vi mi ventana abrirse. Una paloma entró en mi habitación. Paloma mensajera de una elegancia excepcional, voló un instante a mi alrededor y depositó después un sobre en mi mesita de noche. Eran las cartas, señor abogado general, pero os lo pido, no lo repitáis. Será nuestro secreto… ¡un secreto profesional!” Moro pleiteó hasta su último día a los 78 años[107].

Francia conoció otros grandes oradores forenses en el siglo XX tales como René Floriot (1902-1975), César Campinchi (1882-1941), Maurice Garçon (1889-1967). Este último elaboró defensas sutiles y de una lógica eficaz. Amante del sarcasmo, de los silencios o de las falsas cóleras, escribió que una buena defensa debía construirse según tres reglas:

 claridad, utilidad y naturalidad. Para él, “una gran parte del talento de un orador consiste en disimular su arte y a mostrar una naturaleza que crea, entre el que escucha y uno mismo, una corriente de simpatía y de confianza. […] el orador debe, ante todo, hacer accesible lo que dice al que escucha, y evitarle el esfuerzo y el trabajo. Debe esforzarse tanto en llegar a este punto que los razonamientos, aunque sean complicados, parezcan verdades que tienden a la evidencia”[108].

En la actualidad la oratoria es importante en el proceso judicial ecuatoguineano por la importancia del informe o del alegato forense. En efecto, el informe es la alegación oral de fiscales y abogados, con la finalidad de persuadir al órgano jurisdiccional y obtener una resolución favorable a sus pretensiones.

Estudiada la evolución histórica de la oratoria, puede iniciarse ahora la presentación del arte de la persuasión (Primera Parte), antes del estudio de las técnicas argumentativas y oratorias de la defensa civil y penal (Segunda Parte).


[1] FERNÁNDES LEÓN, Oscar, Con la Venia, Manual de Oratoria para Abogados, Navarra, Thomson Reuteurs Aranzadi, 2013, p. 36.
[2] FERNÁNDES LEÓN, Oscar, op. cit., pp. 36-37.
[3] CRÉHANGE, Pascal, Introduction à l’art de la plaidoirie, verba volant, Paris, lextenso éditions, 2012, p. 3.
[4] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 3.
[5] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 4.
[6] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 4.
[7] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 4.
[8] La Heliea era el tribunal del pueblo. Situado en el Ágora, estaba compuesto de 6.000 heliastas, ciudadanos de más de 30 años designados por sorteo cada año bajo el control de un magistrado. En un proceso privado, el tribunal estaba compuesto de 201 (a veces 401) jueces. Eran 501, 1001 e incluso 1501 para los procesos públicos.
[9] Algunos ciudadanos, los sicofantes, eran denunciantes profesionales.
[10] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 5.
[11] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 5.
[12] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 5.
[13] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 6.
[14] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 7.
[15] Las heteras eran mujeres cultivadas y de alto rango social que ofrecían, a menudo de forma no puntual, compañía y servicios sexuales.
[16] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 8.
[17] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 8.
[18] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 9.
[19] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 9.
[20] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 9.
[21] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 9.
[22] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, Con la venia, Manual de Oratoria para Abogados, Cizur Menor (Navarra), Thomson Reuters Aranzadi, 2013, p. 48.
[23] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., pp. 48-49.
[24] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 10.
[25] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 10.
[26] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 10.
[27] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 11.
[28] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 11.
[29] J. GIRÓN TENA, El concepto del Derecho Mercantil: desenvolvimiento histórico y derecho comparado, Anuario de Derecho Civil, 1954, Tomo VII, Fasc. 3º, p. 711.
[30] B. Wauters y M. de B. Llopis-Llombart, Historia del derecho en Europa, Navarra. Thomson Reuteurs Aranzadi, p. 86.
[31] FRYDMAN, Benoît, Grandeur, déclin et renouveau de la plaidoirie dans l’histoire de la méthodologie juridique, La Plaidoirie, Bruylant, Bruxelles, 1998, p. 48.
[32] FRYDMAN, Benoît, loc. cit., p. 48.
[33] FRYDMAN, Benoît, loc. cit., pp. 49-50.
[34] FRYDMAN, Benoît, loc. cit., pp. 49-50.
[35] FRYDMAN, Benoît, loc. cit., pp. 50-51.
[36] FRYDMAN, Benoît, loc. cit., p. 52.
[37] Esta querella, que marcó la historia de la metafísica medieval y que ejerció una influencia importante en la Época Moderna, era relativa a la existencia de entidades que denotaban los términos generales, los nombres comunes (por ejemplo: la justicia, el alma, etc.). Los realistas, entre ellos Guillermo de Champeaux y Tomás de Aquino, se pronunciaban sobre la existencia real. Para los nominalistas, entre ellos Guillermo de Occam y de manera más matizada Abelardo, defendían que se trataba de simples nombres, que no se referían a entidades reales, reservando de este modo la existencia a los individuos singulares. El realismo dominó el pensamiento medieval pero el nominalismo lo superó en la Época Moderna, en particular en sus concepciones individualistas.
[38] FRYDMAN, Benoît, loc. cit., pp. 52-53.
[39] FRYDMAN, Benoît, loc. cit., p. 54.
[40] B. Wauters y M. de B. Llopis-Llombart, op. cit., p. 100.
[41] FRYDMAN, Benoît, loc. cit., pp. 55-56.
[42] FRYDMAN, Benoît, loc. cit., p. 56.
[43] FRYDMAN, Benoît, loc. cit., pp. 56-57.
[44] FRYDMAN, Benoît, loc. cit., p. 57.
[45] FRYDMAN, Benoît, loc. cit., pp. 57-58.
[46] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 23.
[47] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 23.
[48] El esténtor era el soldado del ejército griego que gritaba durante la guerra de Troya. La palabra viene del verbo (sténein): “mugir, gemir profunda y ruidosamente”.
[49] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., pp. 23-24.
[50] Parece que esta cita, invocada por la tradición, de Honoré Riquéti Conde de Mirabeau (1749-1791) durante la sesión real del 23 de junio de 1789, sea el resumen de la frase: “Si, Señor, hemos escuchado las intenciones que hemos sugerido al Rey; y usted no podría ser su órgano ante los Estados Generales, usted que no tiene aquí ni lugar ni voto, ni derecho a la palabra, usted no está hecho para recordarnos su discurso. Sin embargo, para evitar todo equivoco y todo plazo, os declaro que si se os ha encargado de sacarnos de aquí, usted debe pedir órdenes para utilizar la fuerza; ya que sólo dejaremos nuestros escaños por la fuerza de las bayonetas”.
[51] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 24.
[52] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 24.
[53] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 11.
[54] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 26.
[55] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 26.
[56] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 27.
[57] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 27.
[58] DE LORENZO, Pedro, Elogio de la retórica, Madrid, Editora Nacional, 1969, pp. 59-60.
[59] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 60.
[60] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 60.
[61] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 61.
[62] DE LORENZO, Pedro, op. cit., pp. 61-62.
[63] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 62.
[64] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 20.
[65] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 20.
[66] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 99.
[67] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 99.
[68] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 101.
[69] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 102.
[70] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 111.
[71] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 109.
[72] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 110.
[73] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 111.
[74] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 112.
[75] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 112.
[76] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 11
[77] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., p. 96.
[78] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 123.
[79] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 124.
[80] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 124.
[81] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., p. 202.
[82] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., p. 202.
[83] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., p. 231.
[84] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., p. 231.
[85] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., pp. 231-232.
[86] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., p. 299.
[87] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., p. 299.
[88] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., p. 299.
[89] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., p. 299.
[90] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., p. 322.
[91] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., pp. 322-323.
[92] DE LORENZO, Pedro, op. cit., p. 161.
[93] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., pp. 118-119.
[94] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., p. 119.
[95] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., p. 119.
[96] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., p. 119.
[97] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., p. 177.
[98] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., p. 177.
[99] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., p. 177.
[100] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., p. 177.
[101] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., pp. 71-72.
[102] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., p. 72.
[103] FERNÁNDEZ LEÓN, Óscar, loc. cit., p. 72.
[104] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 29.
[105] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 29
[106] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 29.
[107] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., p. 31.
[108] CRÉHANGE, Pascal, op. cit., pp. 31-32.

El abogado y el arte de la improvisación
por Óscar León

“El improvisador es como un soldado. Sus armas están siempre preparadas para el combate, pero estas armas son la inspiración y el estudio; y si la improvisación está vinculada al estudio, requiere  haberlo antes practicado y profundizado”  Francisco Barado.

La improvisación viene siendo entendida como hacer algo que no estaba previsto o preparado llevado de la acción del momento, es decir, un hacer de pronto, y haciendo uso de los medios que en esas circunstancias tenemos a mano.

Entre las características de la improvisación podríamos destacar las siguientes:

-              Es una forma de actuar o reaccionar ante una situación no prevista.

-              Dicha capacidad de reacción es instantánea, sin tiempo o posibilidad de obtener información para dar respuesta al evento.

-              Los recursos que emplearemos durante la improvisación estarán limitados a los disponibles en el momento de improvisar.

-              La calidad de la improvisación dependerá de los conocimientos previos y experiencia de quien tiene que improvisar.

Este concepto es plenamente aplicable al abogado (y muy especialmente en sus intervenciones judiciales), ya que en el foro siempre se podrán producir situaciones que exijan del orador que intervenga acuciado por las circunstancias del momento, sin tener preparada previamente su forma de actuación. La razón de esto es obvia: lo que puede acaecer en el desarrollo de las vistas no depende de nosotros, y existen múltiples factores que, debidamente conjugados, pueden derivar en situaciones no previstas. Estas situaciones son las que generan, incluso para el orador más experimentado, el estado de expectación y tensión previa al juicio, puesto que nunca sabemos a ciencia cierta qué nos vamos a encontrar en una vista.

Por tanto, el abogado que improvisa adecuadamente es aquel que sabe que durante el desarrollo de la vista pueden producirse imprevistos que deberá identificar a priori y preparar una respuesta adecuada a los mismos. Con el conocimiento sólido de la materia procesal y de fondo del asunto dispondrá de las herramientas adecuadas para salir airoso y con solvencia, momento éste en el que se demuestra la experiencia y valía del abogado quien, ante cualquier circunstancia espontánea, sabrá cómo reaccionar con soltura, transmitiendo así una imagen de poderío y solidez que repercutirá favorablemente en el auditorio.

Por el contrario, el abogado que no sabe improvisar suele carecer de un conocimiento completo de la materia (sustantiva y procesal) que está tratando, lo que motivará que cuando se presente la situación actuará con inseguridad, impaciencia e ineficacia para gestionarla. A modo de ejemplo, nos encontramos con los casos en los que el abogado pide a otro que le haga una vista encargándole el caso el día anterior, o el más que habitual proceder de dejar el estudio y preparación del asunto para el día previo a la vista.También podemos incluir entre estos supuestos el llevar el informe preparado de memoria o tratar de leerlo en su integridad, ya que en tales casos es más que probable que perdamos el hilo del discurso o que el juez acabe por interrumpir el informe.

Entre algunos de los imprevistos que pueden producirse en sala destacaremos los siguientes (un análisis más profundo de los mismos podéis encontrarla en el post https://oscarleon.es/la-improvisacion-preparada-del-abogado-en-sala/).

La interrupción por el juez al letrado durante la exposición oral del informe para realizarle una advertencia (que abrevie la exposición, que le queda tanto tiempo, que se está saliendo de la cuestión, etc.).
Interrupción del adversario durante nuestra exposición.
Interrupción del adversario mientras interrogamos.
Apercibimiento de retirada de la palabra.
Durante nuestro informe el juez mantiene una conversación con algún oficial que acaba de acceder a sala para comunicarle algún extremo.
Interrupción del público o del testigo.
Finalmente, no está de más disponer de algunas reglas que nos auxilien ante estas difíciles circunstancias:

1º.- Ser conscientes y aceptar que los imprevistos constituyen una realidad en la jornada diaria del abogado, pues admitir dicha idea nos permite estar más preparados para afrontarlos, evitando con ello conductas de frustración, enfado y, en ocasiones, contrariedad ante el malestar que suponen los imprevistos.

2º.- Identificar los imprevistos. Es lógico, ya que luchar contra un enemigo desconocido constituye un gran error. Por ello, hemos de conocerlo antes de que sea demasiado tarde.

3º.- Disponer de herramientas para luchar contra los imprevistos. Este aspecto es fundamental puesto que si estamos preparados, actuaremos con seguridad, paciencia y eficacia para gestionar la situación. Dicho de otro modo, cuando llegue el imprevisto no nos pondremos nerviosos, impacientes y enfadados, elementos estrechamente vinculados a un comportamiento ineficaz que solo nos reportará insatisfacción y nulos resultados.

4º.- Disponer de un Plan B para prevención de aquellos imprevistos más graves, hemos de tener a mano una planificación alternativa que nos facilite la respuesta a la situación creada. Si conocemos los imprevistos, podremos establecer planes de actuación a medida que nos permitan actuar con rapidez y eficacia, y esto en una intervención en sala puede ser determinante.

5º.- Estudiar y prepararse tanto sustantivamente como procesalmente.

En definitiva, la clave está en ser consciente de la existencia de imprevistos y su aceptación, previniéndolos en la medida de lo posible pero, en todo caso, jamás rendirse ante el daño que su repentina aparición haya podido causar en nuestra labor.

Concluimos con una sentencia de Joaquín María López que resume todo lo expuesto:

“Improvisar es leer con facilidad y prontitud en el diccionario de las ideas y de las palabras escritas en nuestra mente. Joaquin Maria López.”


 El abogado y el arte de la improvisación en sala (colaboración abogacia.es) El violinista Itzahak Perlman, al comienzo de su actuación en un concierto ofrecido en Nueva York comprobó como una de las cuerdas de su violín se rompió. En lugar de repararlo, y para el asombro de los asistentes, Perlman continuó tocando como si estuviera en las mejores condiciones instrumentales y anímicas, con total entrega y compromiso con su auditorio. Al concluir, y dirigiéndose a un público entusiasmado, les dijo: “¿Saben lo que ocurre? Hay momentos en los que la tarea del artista es saber cuánto puede hacer con lo que le queda”. Esta anécdota, con las lógicas diferencias, recoge un escenario que suele ocurrirnos a los abogados a diario, y me refiero con ello a esas situaciones en las que teniendo completamente preparada nuestra tarea, surge un imprevisto y nos vemos obligados a continuar actuando limitados por dicha incidencia. En base a tales circunstancias, una de las habilidades relacionadas con la comunicación que todo abogado debe dominar es la improvisación, entendida como la habilidad de hacer algo que no estaba previsto o preparado llevado de la acción del momento, es decir, un hacer de pronto, haciendo uso de los medios que en ese momento tenemos a mano. En la presente colaboración analizaremos por tanto algunos aspectos esenciales de la misma desde la perspectiva de la práctica profesional del abogado en sala. Para ello, lo primero que hemos de destacar es que la improvisación, aunque responde a una situación no prevista, sin tiempo o posibilidad de obtener información para dar respuesta al evento, y con unos recursos limitados a los disponibles en el momento de improvisar, va a requerir de unos conocimientos previos y experiencia de quien tiene que improvisar. Ya lo señalaba el abogado parisino Henri Robert “La improvisación del abogado no es, como muchos creen, una especie de milagro intelectual espontáneo, comparable al milagro de Moisés que hace brotar un manantial de una roca desnuda. En la improvisación, la fuente no brota sino cuando previamente el abogado ha sabido acumular un oculto tesoro de vocabulario, de imágenes, de ideas, de conocimientos apropiados, en el que no tiene más que escoger en el momento oportuno. En realidad, la improvisación no es más que el resultado de un largo trabajo de acumulación”. Dominar el arte de improvisar es clave para el abogado, ya que en el foro siempre se podrán producir situaciones que exijan del orador que intervenga acuciado por las circunstancias del momento, sin tener preparada previamente su forma de actuación. La razón de esto es obvia: lo que puede acaecer en el desarrollo de las vistas no depende de nosotros, y existen múltiples factores que, debidamente conjugados, pueden derivar en situaciones no previstas. A modo de ejemplo, podemos destacar algunos de estos “episodios”:

  • La interrupción por el juez al letrado durante la exposición oral del informe o del interrogatorio para realizarle una advertencia (que abrevie la exposición, que le queda tanto tiempo, que se está saliendo de la cuestión, que la pregunta es impertinente, que modifique el curso del interrogatorio, etc.).
  • Interrupción del adversario durante nuestra exposición.
  • Interrupción del adversario mientras interrogamos.
  • Apercibimiento de retirada de la palabra.
  • Durante nuestro informe el juez mantiene una conversación con algún oficial que acaba de acceder a sala para comunicarle algún extremo.
  • Interrupción del público o del testigo.

Por ello, el abogado que improvisa adecuadamente es aquel que sabe que durante el desarrollo de la vista pueden producirse imprevistos que deberá identificar a priori y preparar una respuesta adecuada a los mismos. Con el conocimiento sólido de la materia procesal y de fondo del asunto dispondrá de las herramientas adecuadas para salir airoso y con solvencia, momento éste en el que se demuestra la experiencia y valía del abogado quien, ante cualquier circunstancia espontánea, sabrá cómo reaccionar con soltura, transmitiendo así una imagen de poderío y solidez que repercutirá favorablemente en el auditorio. De este modo, estará concienciado de que debe trabajar siempre en condiciones alejadas de lo perfecto e ideal, pero con una entrega y entereza dirigida a alcanzar el mejor resultado posible, asumiendo las consecuencias desfavorables de nuestras decisiones, y con la mente puesta no en los resultados, sino exclusivamente en el buen hacer. Como ejemplo personal destacaría un juicio al que asistí en defensa de la parte demandada y en el que, tras analizar el posible proceder del abogado adverso, presumí que plantearía un posible hecho nuevo al principio de la vista. Consciente de ello, estudié el proceso de planteamiento y contestación al hecho nuevo, y preparé mi oposición con todo detalle. Finalmente, el día del juicio el compañero planteó dicho trámite y, tras oponerme, el juez me dio la razón y desestimó el hecho nuevo. Por el contrario, el abogado que no sabe improvisar suele carecer de un conocimiento completo de la materia (sustantiva y procesal) que está tratando, lo que motivará que cuando se presente la situación actuará con inseguridad, impaciencia e ineficacia para gestionarla. Como ejemplos que nos sitúan ante una pobre improvisación podemos destacar aquellos casos en los que un abogado pide a otro que le haga una vista encargándole el caso el día anterior, o el más que habitual proceder de dejar el estudio y preparación del asunto para el día previo a la vista. En estos supuestos, podremos presenciar escenarios en los que el orador deberá afrontar situaciones difíciles, ya que carece de los conocimientos y, con ello, de la fluidez necesaria para responder a cualquier imprevisto (aclaraciones, contestar a refutaciones, responder a ofrecimientos de acuerdo, etc.). Como ejemplo personal de una mala improvisación, basta con apelar al caso anterior preguntándonos ¿qué hubiera ocurrido si no hubiera contemplado la opción de invocarse un hecho nuevo de adverso? A modo de “recetario”, el abogado debe disponer de algunas reglas que le auxilien ante estas difíciles circunstancias: 1º.- Ser conscientes y aceptar que los imprevistos constituyen una realidad en la jornada diaria del abogado, pues admitir dicha idea nos permite estar más preparados para afrontarlos, evitando con ello conductas de frustración, enfado y, en ocasiones, ira ante el malestar que suponen los imprevistos. 2º.- Identificar los imprevistos. Es lógico, ya que luchar contra un enemigo desconocido constituye un gran error. Por ello, hemos de conocerlo antes de que sea demasiado tarde. 3º.- Disponer de herramientas para luchar contra los imprevistos. Este aspecto es fundamental, puesto que si estamos preparados, actuaremos con seguridad, paciencia y eficacia para gestionar la situación. Dicho de otro modo, cuando llegue el imprevisto no nos pondremos nerviosos, impacientes y enfadados, elementos estrechamente vinculados a un comportamiento ineficaz que solo nos reportará insatisfacción y nulos resultados. 4º.- Disponer de un Plan B para prevención de aquellos imprevistos más graves, hemos de tener a mano una planificación alternativa que nos facilite la respuesta a la situación creada. Si conocemos los imprevistos, podremos establecer planes de actuación a medida que nos permitan actuar con rapidez y eficacia, y esto en una intervención en sala puede ser determinante. Me gustaría concluir con una frase de Arturo Majada, quien nos advierte que la intervención del orador en sala constituye una «improvisación preparada».


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