164).-¿Cómo debe actuar el abogado con el público asistente al juicio? a
¿Sufrimos los abogados “temor escénico?
“Por otra parte yo deseo absolutamente que quien se dispone a hablar se levante intranquilo, que sienta rubor y sienta el peligro al que se expone, y si no apareciesen estos signos externos, hasta deberían ser aparentados. Pero que aparezca este sentimiento por la conciencia de la tarea, no por el miedo. El mejor medio de eliminar esta vergüenza es la confianza en uno mismo” Quintiliano.
El temor escénico, conforme a Yagosesky[1] puede definirse como una forma de timidez que se manifiesta frente a grupos; una reacción del organismo que surge como consecuencia de pensamientos limitadores que tenemos acerca de nuestra actuación frente a dichos grupos; una respuesta defensiva que tiende a generar distintas formas de alteración de la normalidad en los niveles mental, fisiológico, emocional y motriz. Igualmente, este mismo autor[2] lo ha definido como la respuesta psicofísica del organismo, generalmente intensa, que surge como consecuencia de pensamientos anticipatorios catastróficos sobre la situación real o imaginaria de hablar en público.
Por lo tanto, podemos destacar como características esenciales del temor escénico las siguientes: Es una reacción defensiva del organismo. Dicha reacción altera los niveles normales mental, fisiológico, emocional y motriz. Se produce cuando actuamos ante determinados grupos. Tiene su origen en un pensamiento limitador y anticipatorio generalmente catastrófico. En definitiva, el miedo escénico es un bloqueo que produce sensación de vulnerabilidad y genera mucha tensión física y emocional. Bajo sus efectos la persona afectada actúa de forma diferente a cuando se encuentra tranquila. LOS ABOGADOS Y EL TEMOR ESCENICO. El temor escénico se manifiesta en toda su intensidad cuando el abogado interviene por primera vez en el foro. Ello es lógico, pues estamos en el contexto de una reacción debida a estrés profesional, que es el padecido por toda persona en el momento que afronta la realidad de su profesión. Como dice Gabriel García Márquez[3], es normal y saludable que le tiemble la mano al cirujano cuando comienza una operación difícil; es normal que se crispen los puños de un piloto apretando el volante a la hora de la largada; es normal que le flaqueen las piernas al boxeador cuando suena la campana, por lo que es absolutamente normal que al abogado, novel o experto, se le acelere el pulso y el ritmo cardiaco cuando vaya a emprender la noble tarea de informar ante un tribunal. Pero, ¿Cuál es la razón por la que se produce este temor o emoción antes de comenzar a informar? Prescindiendo de cuestiones fisiológicas, que exceden del objeto de esta colaboración, para responder a esta cuestión yo distinguiría dos casos bien diferenciados: el del abogado novel y el del abogado experto. En el primer caso nos encontramos ante la persona que va a sufrir el temor escénico intenso del que venimos hablando, y ello debido a que la inexperiencia de hablar en el foro por vez primera supone una elevada carga de responsabilidad asociada a la necesidad de realizar una intervención en la que podamos desplegar efectivamente toda lo que hemos preparado anteriormente, carga de responsabilidad que generalmente se ve torpedeada por numerosos pensamientos limitadores como los siguientes[4]: no me van a entender; no estoy preparado; se van a reír de mí; no tengo nada importante que decir; es mejor que no me arriesgue; se me va a olvidar todo; debería irme de aquí inmediatamente, etc… Por lo tanto, el abogado novel, sufre un verdadero calvario emocional ya descrito, pues los pensamientos citados, contribuyen a reducir su capacidad y confianza, con las notables dificultades que ello conlleva. Sin embargo, el abogado experto no sufre (o no debe sufrir) un temor escénico de tal intensidad, ya que, avezado en la praxis procesal, puede responder a cada uno de dichos pensamientos gracias a su experiencia previa y mitigar su mensaje irracional. No obstante, ello no quita que la responsabilidad y profesionalidad del abogado, que siempre desea hacerlo lo mejor posible, provoque un cierto estado de tensión y nerviosismo que precede a todas las intervenciones orales. Esto no es temor escénico, sino emoción oratoria[5], emoción que como señala MAJADA, puede verse incrementada hasta rozar el temor escénico por situaciones excepcionales como la trascendencia del pleito que defendemos, la asistencia a una jurisdicción en la que nunca hemos actuado (v. gr. el Tribunal Supremo) o a un orden jurisdiccional diferente al que hemos desarrollado nuestra práctica. LA NECESIDAD DEL MIEDO ESCENICO. El hecho de que el temor escénico o la emoción oratoria puedan perjudicar la intervención del orador no supone que no aporte sus beneficios. Efectivamente, adecuadamente gestionado (y esto es lo que hacen los buenos oradores) un determinado estado de nervios o estrés positivo es fundamental para que el orador mantenga la tensión necesaria para actuar, pues en caso contrario la confianza podría gastarle una mala pasada a quien se presenta ante el auditorio en la creencia de que no va a equivocarse. Un estrés bueno nos permitirá darnos cuenta de la situación difícil en la que nos encontramos y que ya hemos vivido y sufrido en otras ocasiones pero que, gracias a la atención y alerta que mantendremos, superaremos con oficio consiguiendo nuestros objetivos. REMEDIOS CONTRA EL TEMOR ESCENICO Existen diversas técnicas o remedios para eliminar o, al menos mitigar el miedo escénico cuando hace acto de presencia, y cuando decimos mitigar, nos referimos a reducir el malestar existente y transformarlo, como antes indicamos, en un estrés positivo que nos permita aprovechar sus ventajas a la hora de exponer. Entre los distintos remedios podemos destacar los siguientes: 1º.- Como es natural, el primer remedio encuentra su fundamento en un conocimiento profundo del contenido del informe oral, al que le habrá precedido una sólida preparación y estudio. 2º.- Vinculado a lo anterior encontramos otra técnica consistente en conocer y prever las posibles situaciones que tememos y que están originando el estado de nerviosismo. De este modo podremos prever igualmente todo un elenco de actitudes y conductas que podremos emplear en estos casos. 3º.- El conocimiento del objetivo u objetivos que pretendemos alcanzar con nuestro alegato también es una herramienta de considerable importancia, ya que centrándonos en los objetivos, dirigimos nuestra concentración a un fin determinado, lo que reducirá nuestros nervios. En definitiva, es cambiar una preocupación (cómo lo haré, me voy a quedar en blanco, etc…) por la implicación mental en la consecución de un fin. 4º.- Ayuda igualmente el tener muy bien estudiado, incluso memorizado, el exordio, de modo que nuestra intervención comenzará de una forma fluida, lo que, al escucharnos, nos dará la confianza que quizás nos falte. Igual regla debe mantenerse respecto del final del informe. 5º.- Desde una perspectiva de higiene del orador, se recomienda, con anterioridad al juicio, realizar respiraciones lentas y profundas con el diafragma (no con el pecho) que nos permitan alcanzar un estado más calmado y relajado, lo que a buen seguro se alcanza a través de la respiración. Igualmente, beber pequeños sorbos de agua es una medida muy adecuada que nos permitirá eliminar la sequedad de la boca propia de estos momentos y, a su vez, generar cierta calma. 6º.- Practicar, practicar y practicar. En definitiva, será cada orador, atendiendo a sus especiales circunstancias quien tendrá que decidir qué técnicas se ajustan más a sus necesidades. Lo que sí podemos afirmar es que, incluso partiendo de un buen conocimiento y preparación del informe, si se sufre temor escénico, hay que buscar entre las técnicas existentes y probarlas con el fin de encontrar aquellas que mejor se adapten a nuestras condiciones personales.
[1] Yagosesky El poder de la oratoria. [2] Yagosesky [3] Gabriel García Márquez. No se preocupe; tenga miedo. [4] Yagosesky. [5] Término acuñado por MAJADA.
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