165).-De cómo un abogado veterano explica la finalidad del alegato. a
¿Qué es eso de que el abogado sea simpático en sala?
La simpatía mueve dos cuerpos con una sola alma. Gaspar Melchor de Jovellanos.
Entre las diversas acepciones que recoge el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española sobre la palabra simpatía, hemos de destacar dos significaciones que guardan estrecha relación con el objeto de este apartado: a) inclinación afectiva entre personas, generalmente espontánea y mutua y b) modo de ser y carácter de una persona que la hacen atractiva o agradable a las demás.
Sin embargo, cuando nos referimos a la simpatía que puede generar el abogado al intervenir en actos judiciales, debemos profundizar algo más en estas acepciones que ciertamente nos apuntan hacía los elementos que pueden dar lugar a dicho concepto forense: la inclinación afectiva y el hacerse agradable a los demás.
Pero vayamos por partes. ¿Es que un abogado debe ser simpático en sala? ¿Para qué? ¿Respecto a quién? ¿No hay que convencer con los argumentos? Entonces ¿A qué viene la simpatía? Que yo sepa, nadie ha ganado un juicio por ser simpático ¿no?
La simpatía del orador forense , que realmente existe, no significa que éste deba ser o hacerse simpático al auditorio, y muy especialmente al juez o al jurado, sino que debe ser consciente de que al interactuar con seres humanos, por muy revestidos que se encuentren de facultades forenses excepcionales, éstos tienen en su haber sus experiencias vitales que han generado inevitablemente condicionantes y prejuicios de toda naturaleza, y que van a influir en la forma en la que nos van primero a prejuzgar y, luego, a juzgar.
Ello nos lleva inevitablemente a las emociones, porque todos estos condicionantes están determinados por inclinaciones afectivas y emocionales que determinan el estado de ánimo de las personas en determinado momento, razón ésta que todo buen abogado debe considerar, ya que en la medida en que sepa establecer un contacto emocional y afectivo con el juez o miembros del jurado, sabrá calibrar su intervención adaptándola al estado de su entorno. Aquí reside la simpatía a la que nos referimos.
Siendo un poco más concretos, cuando el abogado entre en sala deberá disponer de diversa información que, contrastada con el primer contacto visual con su auditorio, le permitirá conocer el estado anímico reinante, y adaptar su conducta al mismo. Un buen abogado sabrá cuando el juez está cansado por que lleva ya diez juicios antes que el nuestro o porque el juicio precedente ha durado más de dos horas. También sabrá, de un simple vistazo si el juez está de buen humor o contrariado por alguna circunstancia que desconocemos. En estos casos, es obvio que deberemos adaptar nuestra actitud a la del juez, tratando de alcanzar esa inclinación afectiva que nos permita limpiar al máximo el canal de comunicación que vamos a entablar para que nuestro alegato reciba la máxima atención. Por el contrario, de no captar estas señales y prescindir de la empatía, puede enturbiarse la relación "afectiva" y generarse no pocos sinsabores en el acto judicial. Todos los abogados hemos sido mudos testigos de situaciones tensas que se han producido entre juez y abogado adverso o colitigante en casos en los que no se ha hecho una clara lectura del clima afectivo de la sala. Abogados que ante jueces impacientes repiten preguntas ya realizadas durante los interrogatorios; abogados que se extienden en el informe a pesar del lenguaje no verbal del juez que sólo muestra impaciencia, etc…
Para llevar a cabo con éxito todo lo anterior, tendremos que preocuparnos, antes del juicio, de conocer la forma en la que el juez dirige el acto (aspecto éste que hemos tratado ampliamente en este blog) y de conocer todas las circunstancias que rodearán a nuestra intervención (número de juicios celebrados, duración del precedente, etc…) y, cómo no, conocer el lenguaje verbal y no verbal, y saber detectar a través de una simple mirada el estado anímico de quienes nos rodean.
En definitiva, se trata de ser empáticos, es decir, conectar, mostrándonos abiertos y receptivos, con las emociones de los otros. Para ello, tendremos que cultivar, pues se trata de una verdadera virtud, algunos buenos hábitos perfectamente aplicables durante cualquier intervención judicial. A modo de ejemplo destacamos algunos de los mismos:
Mostrar un rostro afable y relajado.
Mantener una actitud permanente de atención y escucha activa.
Evitar conductas huidizas, sabiendo mantener el contacto ocular.
Ser respetuoso con el factor tiempo (llegar puntualmente)
Utilizar adecuadamente el lenguaje verbal y no verbal.
No mostrar soberbia o engreimiento, firmes pero con humildad.
Si surge la ocasión y el ambiente se distiende, algún toque de humor o anecdótico no está de más.
Por tanto, la simpatía del orador es una realidad, se da todos los días en nuestros juzgados, y no se trata de tratar de caer bien, sino sencillamente de disponer de la capacidad de compartir las emociones y afectos de otra persona, contagiándose de las mismas y, así, adaptar la comunicación de nuestro mensaje a las circunstancias.
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