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223).-Escuchar activamente, una habilidad del abogado que marca la diferencia.-a


Carla Nicol Vargas Berrios

El proceso de construcción de relaciones del abogado requiere un esfuerzo constante de escucha, por lo que una de las herramientas más poderosas de las que dispone, dentro y fuera de una sala de vistas, es su capacidad de escuchar activamente.


Escuchar

La escucha activa es una técnica o método de escucha y respuesta a otra persona que incrementa la mutua comprensión de los interlocutores a través de un proceso de obtención de información que, respetando las emociones en juego, facilita enormemente la comunicación. Es un proceso que requiere escuchar con atención, empleando literalmente los cinco sentidos, concentrando toda nuestra energía en las palabras del interlocutor, a fin de transmitirle no solo que lo estamos entendiendo, sino que estamos verdaderamente interesados en su mensaje.

Los beneficios de la escucha activa son innumerables. A continuación destacamos los más relevantes que, si los consideramos aplicables a la intervención que como abogados realizamos diariamente, comprenderemos inmediatamente las razones de su importancia.

  • Facilita la recepción de una información muy completa y relevante del interlocutor.
  • Genera un clima de confianza muy positivo para la comunicación, la cual gana en eficacia.
  • Incrementa la credibilidad, cooperación y sintonía, estrechando la relación con el interlocutor y facilitando el flujo constante de información.
  • Ayuda a incrementar nuestra capacidad de captar e identificar la existencia de situaciones problemáticas en las cuales podemos ayudar a resolver.
  • Hace que la otra persona se sienta valorada y apreciada.
  • Nos ayuda a captar posibles clientes a través de la detección de oportunidades de negocio.
  • En el proceso de negociación, percibiremos con más facilidad las necesidades del interlocutor.
  • Al captar el sentido exacto del mensaje, ahorra tiempo y evita la comisión de errores al disponer de una información segura y contrastada.
  • Estaremos propensos a adquirir nuevos conocimientos y experiencias.

Expuesto lo anterior, pasamos a examinar algunos trucos que podrán permitirnos la práctica de una escucha activa eficaz:

1º.- Concentrarse: Durante el proceso de escucha hay que centrar nuestra atención en el interlocutor, evitando distracciones causadas por ruidos, luces, temperatura, lo que exigirá que el lugar de la reunión esté en perfectas condiciones para la entrevista. Igualmente, hay que evitar analizar durante la conversación las características físicas del interlocutor (rasgos, vestido, acento, etc...)

2º.- Estarse quieto: Hay que mantenerse quieto, a la espera de que el interlocutor concluya su intervención, conducta no solo física, sino especialmente mental. Efectivamente, todos sabemos lo que es escuchar a alguien (bueno, mejor dicho oír) y estar pensando mientras tanto la respuesta. Hay por tanto que evitar formular una respuesta antes de que el interlocutor termine interrumpiéndolo o cortando su mensaje. Para ello hay que esperar, con paciencia, a que el interlocutor elabore su idea por completo ¿y cómo conseguimos esto? Pues poniendo los cinco sentidos en lo que está diciendo.

3º.- Juicios fuera: Uno de los peores enemigos de la escucha activa es hacer juicios sobre el interlocutor o sobre el mensaje del mismo. Hay que estar abierto a comprender a nuestro cliente dejando en la puerta de la habitación nuestros condicionantes, perjuicios, origen de todos los juicios. Si juzgamos, poca información vamos a recibir con la objetividad necesaria.

4º.- Uso de un lenguaje empático: Hemos de emplear un lenguaje verbal y no verbal que transmita a nuestro interlocutor que estamos atentos a su mensaje con nuestro cinco sentidos. Para ello podemos emplear un lenguaje sencillo que exprese interés como el uso de expresiones tales como aja, hmm, efectivamente, claro, etc... Igualmente, podemos emplear un lenguaje no verbal que implique asentimiento, atención y simpatía (empleo del contacto ocular, sonreír, inclinarnos hacía el interlocutor, afirmar con la cabeza, etc...)

5º.- Tomar notas: Es muy recomendable acompañar nuestra atención con la toma puntual de notas que nos ayudará a ordenar las ideas, recapitular y secuenciar los puntos de mayor importancia, además de disponer de un registro que suplirá nuestros posibles fallos de memoria a posteriori. Es más, una toma de notas (no exagerada) genera en el interlocutor tranquilidad y seguridad de que está siendo atendido correctamente.

En definitiva, y a modo de conclusión, hemos de dar los pasos necesarios para incorporar a nuestra actividad diaria las acciones que nos ayuden a comprender y entender a nuestro interlocutor racional y emocionalmente durante el proceso de comunicación, actitud esta que, sin duda, marcará la diferencia respecto de otros compañeros que no lo hacen. No perdamos la oportunidad de entrenarnos con nuestros familiares, amigos, compañeros de profesión para, finalmente, sorprender a nuestros clientes con una escucha de primera.



Conductas eficaces a observar por el abogado en sala.

“El abogado que, defendiendo una causa, entra en abierta polémica con el juez, cornete la misma imperdonable imprudencia que el alumno que durante el examen discute con el profesor”
Calamandreí. La conducta que ha de seguir el orador forense cuando interviene ante un tribunal tiene como presupuesto la observancia de dos clases de reglas: las normas de comportamiento en sala y las reglas oratorias que contribuirán a persuadir al tribunal de la bondad de su pretensión. Las actitudes del orador en cumplimiento de estas reglas se encuentran íntimamente relacionadas, ya que una sin la otra no podría existir, pues la coexistencia de un marco de comportamiento para transmitir el mensaje en un determinado contexto es esencial para la eficacia del mensaje. A continuación examinaremos dichas conductas, comenzando por las, llamémosles formales, para continuar con las propiamente oratorias: Conductas formales: 1º.- Guardar respeto a todos cuantos intervienen en el auditorio forense. 2º.- Exhortar a sus patrocinados o clientes a la observancia de conducta respetuosa respecto de las personas que actúan en los órganos jurisdiccionales. 3º.- Evitar toda alusión personal, directa o indirecta, mediante gestos, sea de aprobación o de reproche, al Tribunal y a cualquier persona relacionada con el mismo o que ante él intervenga, así como a los demás Letrados. Conductas propiamente oratorias. 1ª.- Claridad en el informe: La claridad, entendida como precisión, diafanidad y concreción en el mensaje es fundamental para el orador forense, ya que de esta forma será más fácil la comprensión por parte de un auditorio habitualmente fatigado de escuchar durante la jornada innumerables informes de otros profesionales. Claridad en el informe es equivalente a claridad de ideas y por tanto a una elevada argumentación del caso. Veamos qué opina CALAMANDREI:
"El abogado que se queja de no ser comprendido por el juez censura, no al juez, sino a sí mismo. El juez no tiene el deber de comprender; es el abogado quien tiene el deber de hacerse comprender. De los dos, el que está sentado, esperando, es el juez; quien está en pie, y debe moverse y aproximarse, aun espiritualmente, es el abogado".
2º.- Brevedad: Como decía MIRABEU, "la brevedad es la pasión de los jueces". Efectivamente, un mensaje breve, al que es inherente la claridad de ideas, es siempre recibido con agrado por el receptor, máxime, como indicamos anteriormente, cuando los jueces, por imperativo del colapso judicial, se encuentran fatigados escuchando más informes de los que la reflexión aconseja. 3º.- Amenidad: El discurso oratorio debe ser ameno y atrayente para el receptor. Para ello deberá estar bien construido, bien argumentado, centrado en el análisis de los hechos y su valoración, pero, con esto no basta, pues el orador deberá emplear los recursos comunicativos adecuados para transmitir el mensaje de forma elocuente, empleando las técnicas de comunicación oral y no oral. A todo ello añadiremos la prohibición tácita de no leer el informe, pues en tal caso el aburrimiento y consiguiente falta de atención queda garantizada. 4º.- Severidad en la exposición: La función que la ley encomienda a los intervinientes en la Administración de Justicia define con claridad el contexto de gravedad, seriedad y decoro que debe imperar en una audiencia en la que se imparte justicia. Acorde con ello, el orador, alejado de toda llaneza y ligereza en el trato, deberá acomodar su intervención a las normas de respeto y decoro. 5º.- Humildad: El orador debe alejarse de todo dogmatismo e intento de adoctrinamiento ante un tribunal, debiendo ser moderado, tolerante y con capacidad de escucha. Como señala CALAMANDREI, será un gran jurista pero verdaderamente pésimo psicólogo (y, por consiguiente, mediocre Abogado) quien hablando a los Jueces como si estuviese en cátedra, los enojara con la ostentación de su sabiduría y los fatigara con desusadas y abstrusas exposiciones doctrinales. La altanería, el orgullo y la petulancia son enemigos del orador. 6º.- Prudencia y ecuanimidad: El orador debe ser muy prudente en su intervención, evitando caer en conductas vehementes que le hagan perder los papeles ante el auditorio. El máximo exponente de la quiebra de esta regla es entrar en discusión con el Juez por cualquier razón, lo que de seguro no contribuirá a nuestro propósito oratorio. Regresando a Calamandrei y al pensamiento con el que abrimos este post:
"El abogado que, defendiendo una causa, entra en abierta polémica con el juez, cornete la misma imperdonable imprudencia que el alumno que durante el examen discute con el profesor". Estas son pues las reglas que considero debe observar el abogado en sala, ya que de su empleo dependerá no sólo la evitación de situaciones profesionales nada convenientes, sino en mayor medida la eficacia de nuestro mensaje que, sin ningún género de dudas, será escuchado y debidamente valorado por sus destinatarios.



No podemos perder el compañerismo y la lealtad entre los abogados
Óscar León

Recientemente me contaba un compañero que en los momentos previos a entrar en sala, se acercó al letrado adverso con el fin de saludarlo, y éste, con discreción, le dijo algo así como “encantado, pero no me hables más que mi cliente que está ahí va a desconfiar de mi por hablar contigo”. La guinda del pastel se produjo - explicaba mi colega – cuando al concluir el juicio, el compañero se marchó sin ni siquiera despedirse, seguramente azorado por la inquisitiva mirada de su cliente.
La anécdota, luego reproducida a mis colegas del despacho, generó un debate sobre situaciones protagonizadas por algunos compañeros, especialmente en los juzgados, en las que se observa como algunos actúan de forma poco amable o atenta con sus colegas, incluso con cierta hostilidad. La conclusión que alcanzamos es que el denominador común de estas actitudes no es otra que una mala entendida lealtad a sus clientes que debilita la correlativa lealtad que merecen sus compañeros de profesión. Parece como que saludar o hablar con el compañero antes o después del juicio es muestra de debilidad o quiebra a la lealtad del cliente.
Y es que en ocasiones (y digo en ocasiones, porque son excepciones), hay colegas que actúan con tal identificación con su cliente y la pretensión de éste, que olvidan la existencia de unos principios, latentes en nuestra profesión, que están por encima de la lealtad debida al cliente o, dicho de otra forma, que son plenamente compatibles y no empecen dicha lealtad.

Estamos hablando del compañerismo. 

Para que engañarnos, nuestra profesión es esencialmente bélica, si se me permite la expresión. Todos los días, los abogados nos enfrentamos unos a otros en los Tribunales de Justicia. Y ello es así porque el conflicto y la lucha de intereses son situaciones consustanciales a nuestro trabajo, esencialmente dialéctico. Si no fuera así, sencillamente no existiríamos.

Pero, realmente ¿quiénes se enfrentan?, ¿los abogados?, ¿los clientes? o ¿todos a la vez? 

La respuesta en fácil, pues se enfrentan los clientes que son los titulares de los derechos e intereses contrapuestos, y se enfrentan, en un  combate legal, pero también emocional, con una intensidad que dependerá de factores vinculados más a cuestiones psicológicas que al propio contenido del derecho afectado. De ahí que si bien el abogado debe ser empático y comprender lo que el cliente siente y sufre, por esa misma razón deberá saber aislarse del torrente de emociones que le transmite su cliente y evitar caer en las conductas antes citadas. Por ello, cuando actuemos hemos de mentalizarnos que “nosotros no somos nuestros clientes” sino defensores de sus intereses y de su “bienestar”, hasta el punto que por ellos, como dice don Angel Ossorio, podemos sufrir de impopularidad, perder amigos o incluso afrontar injurias o amenazas, pero dicha entrega no puede llevarnos a renunciar a la lealtad y el respeto debido a nuestros contrincantes.

¿Y los abogados?, ¿qué ocurre con los abogados? Pues que naturalmente los abogados se enfrentan, pero lo hacen en un nivel en el que las emociones y los intereses son sustituidos por la invocación del derecho. Es un enfrentamiento, como dice Martínez Val1, ideal o doctrinal. Si se me permite el símil, es como una lucha deportiva. Mientras estamos en la arena de la sala, hemos de actuar como verdaderos gladiadores entregándolo todo, pero al concluir, ambos letrados somos dos compañeros de profesión que quizás, en otra ocasión, hasta nos sentemos en el mismo banco.

Por otro lado, no hemos de olvidar que todos pertenecemos a la misma profesión, y que, por tanto, compartimos multitud de facetas en nuestra forma de pensar, de trabajar, de actuar, y hasta diría que de vivir, lo que inevitablemente genera una sincronía entre quienes desarrollamos la misma actividad, máxime cuando los intereses que, como colectivo defendemos, son los mismos. Y que conste que esto no es corporativismo,…es pura lógica.

De hecho, los abogados no hemos de olvidar que como indica la máxima forense, “los clientes y los casos pasan, los abogados quedan”,enseñanza que nos recuerda que una vez concluido el caso, el cliente sale de nuestra órbita, pero al compañero podemos encontrarlo en una nueva controversia defendiendo a la parte contraria, por lo que una buena relación, basada en la experiencia precedente, facilitará, sin duda, la resolución del nuevo asunto.

Finalmente, el respeto y la lealtad a nuestros compañeros de profesión es esencial pues, de faltarse a los mismos, no sólo se estará causando daño al compañero contrario, sino al prestigio de todos los abogados y finalmente a todo el colectivo, pues estas conductas suponen que los clientes de ambas partes perciban a los abogados enfrentados en un contexto tóxico y negativo, expandiéndose así la conciencia de que la relación entre abogados esconde una batalla en la que todas las armas están permitidas. En definitiva, el borrón que supone una falta de respeto en el prestigio del abogado que comete la falta y el afectado repercutirá finalmente en todo el colectivo.

Por todo lo anterior, podemos concluir que el compañerismo se asienta en la idea de que los abogados no somos nuestros clientes, sino defensores de sus intereses y de su bienestar, y en el ejercicio de nuestro deber de defensa, hemos de desplegar el máximo compromiso e intensidad en nuestra actuación, lo que no está reñido, insisto, con el respeto y consideración al colega.


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