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Un decálogo “casi perfecto” del abogado litigante. Mucho se ha escrito sobre las cualidades del abogado procesalista o litigante; innumerables decálogos, artículos, posts, etc., nos ilustran sobre aquellos rasgos que deben predominar en el profesional que interviene habitualmente en el foro la defensa de los asuntos encomendados por su cliente. Número 10 Analizando esta copiosa información, recientemente cayó en mis manos un libro escrito por Gianrico Carofiglio titulado El arte de la duda, en el que el autor recoge un decálogo original de Megargee Brown que me sorprendió por la sencilla forma en la que sintetizaba magistralmente las cualidades imprescindibles que configuran la excelencia de un abogado litigante. Por ello, hoy aprovecho para compartirlo con vosotros y espero que pueda haceros reflexionar sobre aquellas cualidades que podáis adquirir, mejorar o fortalecer. 1º.- Profunda compresión de la naturaleza humana; 2º.- Claridad de pensamiento y de exposición: 3º.- Capacidad de comunicar mediante conceptos directos, sencillos y coherentes; 4º.- Capacidad de formarse un criterio acerca de cuanto acontece en el juicio de valorarlo sobre la marcha para actuar en consecuencia; 5º.- Autodisciplina; 6º.- Capacidad de transmitir una impresión de autoridad; 7º.- Maneras siempre dignas y corteses; 8º.- Personalidad marcada, que ejerza influencia sobre quien entra en contacto con él, o con ella; 9º.- Voluntad casi obsesiva de cuidar la preparación hasta el extremo; 10º.- Renuencia absoluta a usar subterfugios y triquiñuelas. Como dice el propio Carofiglio, es un decálogo casi perfecto al que podría añadírsele un undécimo requisito que han de reunir abogados y fiscales y, por supuesto, también los jueces: ejercitarse con dedicación responsable y tenaz en todo lo relativo a la práctica de la prueba, cultivando al tiempo la tolerancia intelectual y el sentido de los límites. |
Imprevistos, ¿Quién dijo miedo? 26 abril 2012 Fernández León, Óscar Sólo hay dos clases de planes de campaña: los buenos y los malos. Los buenos fracasan casi siempre por circunstancias imprevistas, que hacen triunfar los malos. Napoleón Un hombre con mucho trabajo Los imprevistos constituyen un elemento esencial a considerar en el desarrollo del trabajo diario del abogado, muy especialmente en el trabajo que llevamos a cabo en nuestros despachos, ya que una vez que estamos interviniendo en los Juzgados, las posibilidades de ser interrumpidos son prácticamente mínimas. Por ello, en esta colaboración vamos a centrarnos en cómo gestionar adecuadamente las interrupciones que se producen cuando nos encontramos en nuestras oficinas. Es un hecho incuestionable que la jornada de trabajo de un abogado se encuentra salpicada de interrupciones, que pueden ser clasificadas según la importancia del asunto que la motiva: las "menores" serían las llamadas telefónicas, visitas no programadas de clientes, reuniones inesperadas, etc… y las " mayores ", como la llamada de un cliente para realizar un trabajo urgente e importante (asistencia a un detenido); la visita de un cliente con un asunto de inmediata actuación, la pérdida temporal del suministro eléctrico, un accidente laboral, la cancelación de determinada actividad, etc… Otra clasificación sería la que se encuentra fundada en la persona responsable de las interrupciones: Aquí encontraríamos aquellas interrupciones causadas por nuestra propia conducta (distracciones, dedicarse momentáneamente a otras tareas, correos electrónicos, internet etc.) y las que derivan de la conducta de terceros (llamadas telefónicas, visitas inesperadas, etc.). Para el examen de este tema, hemos de partir del postulado principal de la Ley de Carlson, o Ley de las secuencias homogéneas de trabajo, que establece que todo trabajo que se interrumpe resulta menos eficaz que si se realizara continuamente. Igualmente, hemos de considerar el hecho de que el abogado que se precie, necesita mientras se encuentra en el despacho de un tiempo estable y sin interrupciones tanto para la preparación de los casos como para su propia formación, ya que sin este espacio, la pérdida de productividad se irá incrementando proporcionalmente con las opciones de fracaso. Dicho esto, entiendo que es fundamental para el crecimiento del abogado saber gestionar los imprevistos, puesto que una adecuada implementación de ciertas técnicas puede ahorrarnos tiempo, y con ello, garantizar esos periodos temporales de concentración y dedicación al trabajo que desgraciadamente resultan tan escasos. Con esta premisa, vamos a examinar a continuación algunos consejos que nos ayuden a afrontar los imprevistos. 1º.- Ser conscientes de que los imprevistos constituyen una realidad en la jornada diaria del abogado. Esto es importante, pues hemos de saber distinguirlos de las actividades normales, de modo que evitamos caer en el error de identificar las interrupciones con el trabajo en sí mismo, de manera que llegamos a aceptar el caos reinante que provocan las interrupciones como algo normal e inevitable de nuestro trabajo. 2º.- Aceptar que los imprevistos forman parte de la vida profesional del abogado, pues admitir dicha idea nos permite estar mas preparados para afrontarlos como tales, evitando con ello conductas de frustración, enfado y, en ocasiones, ira ante el malestar que suponen los imprevistos ¿Quién no se ha quejado amargamente ante una llamada mientras estamos concentrados en una tarea? Esta aceptación no puede identificarse con tolerancia, sino mas bien lo contrario, pues lo que pretendemos es crear un contexto en el cual podamos desenvolvernos sabiamente cuando las interrupciones aparezcan. 3º.- Identificar los imprevistos. Es lógico, ya que luchar contra un enemigo desconocido constituye un gran error. Por ello, hemos de conocerlo antes de que sea demasiado tarde. Aunque este consejo pueda parecer simple, no lo es, ya que para elaborar un remedio frente a los imprevistos, estos tendrán que analizarse y estudiarse, de manera que si alcanzamos a identificar los mas habituales que afectan a nuestro trabajo, dispondremos de las herramientas necesarias para paliar su efecto. 4º.- Saber que los imprevistos no atacan a todo el mundo con la misma eficacia, sino sólo cuando se producen las condiciones adecuadas, es decir, habrá contextos en los que los imprevistos causarán mas daño al abogado (cuando hay desorganización permanente, cuando no planificamos, cuando nos distraemos, etc…). 5º.- Disponer de herramientas para luchar contra los imprevistos. Este aspecto es fundamental, puesto que si estamos preparados, actuaremos con seguridad, paciencia y eficacia para gestionar la situación. Dicho de otro modo, cuando llegue el imprevisto no nos pondremos nerviosos, impacientes y enfadados, elementos estrechamente vinculados a un comportamiento ineficaz que solo nos reportará insatisfacción y nulos resultados. Entre los remedios para gestionar los imprevistos podemos destacar los siguientes: Disponer de unos hábitos de gestión del tiempo saludables: Fijar prioridades, comenzar siempre por la tarea más importante, saber dividir y estructurar el tiempo, ser realista en la fijación de tiempos de trabajo, concentrarse y focalizarse en la actividad que se está desarrollando en cada momento, no hacer más de una tarea a la vez, conocer nuestros ritmos biológicos. Adoptar un protocolo para la gestión de los imprevistos "menores": Debemos de disponer de un protocolo de actuación para aquellos casos en que se producen llamadas telefónicas, visitas de personal o compañeros a nuestra oficina o visitas imprevistas de clientes. A modo de ejemplo: filtro de llamadas, dar a conocer a nuestros compañeros de despacho los horarios en que no podemos atenderlos, educar debidamente a los clientes respecto a las normas de funcionamiento del despacho, etc… Igualmente, ser disciplinados y evitar comportamientos que, de por sí, constituyen interrupciones. Para ello cerraremos el correo electrónico, evitaremos actuar a modo multitareas, organizaremos los tiempos de llamadas, etc… Disponer de un Plan B: Para prevención de aquellos imprevistos mas graves, hemos de disponer de una planificación alternativa que nos facilite la respuesta a la situación creada. Si conocemos los imprevistos, podremos establecer planes de actuación a medida que nos permitan actuar con rapidez y eficacia. Aquí es fundamental la experiencia, ya que ya hemos sufrido los efectos de un imprevisto, podremos calcular los riesgos y los fallos que pueden producirse, y así adoptar decisiones que anticipen soluciones. Actuar con rapidez: A mayor rapidez en la respuesta, mayor eficacia en nuestra actuación y mayor posibilidad de reducir los efectos perniciosos del imprevisto. Para ello habrá que ser flexibles y adaptarse a las circunstancias. Comunicación: Ante un imprevisto, hay que disponer de un alto grado de comunicación entre los miembros del equipo, de forma que todos los implicados en su solución puedan actuar de forma rápida y homogénea. Colaboración: En muchas ocasiones, el imprevisto se resolverá a través de una delegación en un compañero o en la suplencia de éste en la actividad que veníamos desarrollando, por lo que los abogados del despacho deberán ser conscientes de la necesidad de ayudar y colaborar al profesional afectado por el imprevisto y como no, de la existencia de los planes alternativos. Aprender: Abundando en la idea ya anticipada, hay que aprender de las situaciones inesperadas con el fin de extraer la enseñanza que nos permita estar mas preparados cuando la ocasión se repita. Tener una cultura empresarial y unos valores bien definidos: Los principios que inspiran el funcionamiento del despacho, si están bien asentados, permitirán conocer qué hacer y cómo hacer cuando surja el imprevisto, reduciendo la burocracia y la dependencia jerárquica y por supuesto, la lentitud en la reacción. Para concluir, creo que todo lo expuesto podía resumirse en una idea: se consciente de los imprevistos y acéptalos, pero para que no perjudiquen a nuestra práctica profesional debes dedicar algún tiempo, como una tarea más, a prevenirlos y anticiparte a ellos. |
Abogado, sal del despacho e interactúa Óscar León May 15 “Lincoln fue «itinerante» por naturaleza. Como abogado en Spríngfield (Illinois), pasaba mucho tiempo lejos de su bufete, y no sólo en viajes de ida al asunto y vuelta a casa, sino deteniéndose en la búsqueda de hechos e información pertinentes a cualquier caso en el que estuviera trabajando en esos momentos. Era esa clase de abogado que se desplaza a los diferentes sitios para enterarse personalmente de cómo van las cosas”. En tiempos en los que lo tecnológico nos desborda, y en los que con un solo “click” puedes contactar fácilmente con terceros vinculados a tu ámbito profesional (clientes, abogados, operadores jurídicos, etc.), es hora de reivindicar la figura del abogado itinerante. Sí, has leído bien, abogado itinerante, pues el salir de la torre de cristal de nuestros despachos e interactuar con la gente todavía sigue siendo un plus, un valor, o incluso esa milla extra que necesitamos para el éxito de nuestra práctica profesional. La actividad a la que me refiero procede de la acción también conocida como «liderazgo itinerante», «mantenerse en contacto» o «salir de la torre de marfil», que consiste en el proceso de dejar el encierro del despacho e interactuar o relacionarse con los clientes, los proveedores y el personal de la empresa. Esta habilidad coincide con el denominado “managing by wandering around” o “gestión mediante paseos”, nombre que Tom Peters y Robert Waterman dieron en 1982 a una novedosa técnica de liderazgo en su libro “En busca de la excelencia”. De dicha habilidad destacamos las siguientes características:
Porque salir del despacho y mezclarse con todas las personas con las que interactuamos durante nuestra práctica nos permitirá acceder a numerosos beneficios:
El abogado que sale frecuentemente de su despacho y sabe interactuar se beneficiará de todos y cada uno de los beneficios destacados en el párrafo precedente. Sin embargo, el abogado que no sale de su despacho (salvo por imperativo procesal), también llamado “de laboratorio” es aquel que dedica la mayor parte de su actividad profesional al ejercicio de la abogacía desde su el mismo. Rodeado de sus probetas, matraces y tubos de ensayo (expedientes, libros, programas y software) disfruta enormemente estudiando y resolviendo asuntos desde la seguridad y calidez que le ofrecen las cuatro paredes de su cubículo. Quitarse la figurada bata blanca y salir al exterior para asistir a juicio o resolver alguna diligencia se antoja un verdadero tormento para este profesional, pues la calle es un escenario poco atrayente y demasiado complejo. Sin embargo, no hemos de olvidar que el derecho no es la obra del legislador sino el producto constante y espontaneo de los hechos y estos, como no podría ser de otra manera, se encuentran en la calle, en la barra de un bar, en un encuentro ocasional o en una conversación provocada por una larga espera. Si queremos estar en contacto con el derecho, no queda otra opción que estar cerca de los hechos, y estos no se encuentran entre las cuatro paredes del despacho, con la excepción de la visita del cliente. Por lo tanto, aunque la tentación resulte muy alta y la dificultad mayor, el abogado debe evitar en todo punto acomodarse al confort de su despacho y olvidar la importancia que para nuestro crecimiento profesional supone el salir al exterior e interactuar con las personas y los hechos, elementos que conforman la esencia de nuestra profesión. A modo de ejemplo, durante mis primeros años de ejercicio profesional pasaba gran parte de mi jornada fuera del despacho: visitaba a los clientes, bien para tratar encargos como para tomar un café; mantenía encuentros con notarios, registradores y otros compañeros con el fin de consultarles las dudas que surgían en los primeros asuntos; visitaba lugares vinculados al caso para conocerlos de primera mano y, como no, frecuentaba las oficinas judiciales y organismos de la administración para consultar expedientes y tener un conocimiento inmediato del estado de los mismos. Naturalmente, mis circunstancias eran completamente distintas a las actuales, lo que me permitía dedicar gran parte de mi jornada a estos quehaceres cuyo denominador común era la posibilidad de interactuar con personas relacionadas con mi profesión más allá de las cuatro paredes de mi modesto despacho. Recuerdo con cariño como un cliente decía que yo era el “tendero del derecho” al presentarme siempre a las puertas de su pequeño establecimiento montado en mi vespa. Desgraciadamente, la cosa ha cambiado. Todos coincidiremos en que con el transcurso de los años la complejidad de las materias que constituyen nuestra actividad aumenta, y no por pereza, sino más bien por obligación y responsabilidad, los abogados nos vemos condenados a pasar más tiempo encerrados en los despachos y menos en la calle, salvo, claro está, cuando asistimos a los Juzgados en defensa del cliente. Sin embargo, me resisto a abandonar tan sana costumbre, y cada vez que me siento a establecer mis metas siempre aparece el objetivo de volver a ser un abogado itinerante. |
Son un abogado chileno, santiaguino, un nativo digital, que me gusta las bellas artes, la música selecta y ligera, la política, la oratoria, los libros, y la historia.
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